miércoles, 10 de octubre de 2012

El mar de la infelicidad

Tal y como vengo pronosticando desde hace un año con todo el pesimismo que me caracteriza, ganó Chavez. El lunes, como todos los lunes post-electorales desde hace 14 años, fue un día muy triste para mi y casi todas las personas que conozco. 

La decisión de irme de Venezuela la tomé hace muchos años, y fue justamente el día después de las elecciones presidenciales anteriores. Yo trabajé en la mesa del colegio en el que yo voto durante el nefasto referendum, y en esa ocasión percibí que muchas de las cosas que me decían, como opositora rajada que era, no estaban completamente acertadas. Por ejemplo, en ese caso específico, recuerdo que se insistió hasta el cansancio que las captahuellas eran instrumentos definitivos de espionaje para saber por quien votaba cada persona, y créanme: es virtualmente imposible ligar los dos procesos en este sentido. Recuerdo haber tratado de explicar esto en las conversaciones post-referendum, pero aparentemente todos los que no trabajaron en una mesa electoral sabían más que yo del proceso que me tuvo presa durante tres días y tres noches, casi sin poder comer ni ir al baño, y mucho menos dormir. Los argumentos no se diferenciaban en nada de los de un fanático religioso. O, seamos sinceros, del canto chavista.

Esta experiencia me hizo dudar de los dirigentes de la oposición en la misma medida en la que dudaba de los del gobierno. En las siguientes elecciones, las encuestas, como siempre, daban ganador a Chavez. Recuerdo principalmente las de Datanálisis, pero cuando daba este argumento, me decían que Luis Vicente León era un chavista rajado vendido al gobierno que manipulaba las encuestas para engañar a la gente. Yo estuve en varias conferencias de este señor, y en realidad es una de las personas más liberales que conozco, y que más duro le tira al gobierno. Sin embargo, le dicen vendido porque insiste en que la oposición no ha dejado de cometer errores (por ejemplo, convencer al público de que su voto no sería secreto), y en que efectivamente, hay un número importante de personas que por una razón u otra, siguen votando rojo en el país.

Cuando en esas elecciones voté nuevamente por el perdedor, y descubrí que no se puede dialogar ni con una mitad ni con la otra, decidí que ya no quería vivir más en ese país. Yo soy una persona de derecha y demócrata, y estoy clarísima que el principal problema de esta posición política es que estoy obligada a aceptar la decisión de la mayoría. Así que enfrenté la realidad: yo era parte de la minoría del país, y tan minoría era que ni siquiera pertenecía a ninguna minoría existente (porque no estaba de acuerdo con la actuación de la oposición ni con su programa izquierdista, y tampoco era ni-ni) y simplemente no quería seguir viviendo como la mayoría dicta. Y como buena libertaria que soy, no creo que las fronteras sean para atrapar a la gente en un destino que no quiere y decidí irme.

Entre tomar la decisión, y efectivamente irme, tuvieron que pasar muchas cosas y muchos años. El esfuerzo de irse es monumental. El adiós que uno se ve obligado a decir es tan masivo que uno queda agotado y disminuido. Hay que deshacerse de todos los bienes materiales que sobran, meter en cajas tus posesiones más preciadas y rezar porque una inundación no las desbarate, tienes que asumir el hecho de que a partir de ahora vas a estar muy solo, y que todo aquello que te era familiar y normal, ya no va a estar ahí. Cuando yo visualizaba el momento de irme, pensaba que iba a ser una lloradera horrorosa de esas que uno ve en las películas. En realidad, cuando llegó el momento de montarme en el avión, yo estaba tan moral y físicamente agotada, que no me salieron las lágrimas. Creo que estaba vacía por dentro.

Emigrar es sumamente difícil. Acostumbrarse a la idiosincrasia de otro país es duro, no poder comunicarte bien es terrible, penetrar el sistema es complicadísimo. La noción de que tu familia y tus amigos están todos juntos en algún otro lugar hace que uno dude constantemente de la decisión tomada. En algún momento de debilidad, la pregunta: "¿Será que me equivoqué?" es inevitable. Descubrir además los defectos del lugar en el que estás tampoco hace la situación más fácil. Cuando uno está tres horas en una cola infernal en Caracas, fantaseas con las ventajas del primer mundo, no con sus problemas. Y por más consciente que estés de su existencia, es muy distinto el batazo de realidad que te da en la nuca cuando un autobús que te debería haber dejado frente a tu casa te suelta en el medio de una autopista sin ninguna razón aparente, a 10ºC, un domingo a las doce de la noche. Y obviamente, en ese momento, tu brillante cerebro no se acuerda de las colas de mierda o de los motorizados zumbándote en el alma, sino de tu cómodo carro con aire acondicionado y calefacción y gasolina a 2 euros al mes. Si uno como emigrante, además, se enfoca en estos defectos y pierde de vista el panorama, es inevitable hundirse en una depresión patriota apátrida que no nos va a llevar a ningún lado bueno. Para ser felices hay que disfrutar las cosas que nos gustan del lugar en el que estamos. Si decidimos que ese lugar es Venezuela, pues entonces disfruten sus playas y sus arepas y su gente. Y si decidimos que no es Venezuela, entonces disfrutemos de la seguridad, o la comida, o la posibilidad de viajar y conocer otras culturas, o de lo que sea que nos guste.

El evento del domingo sacudió los cimientos de todos los que estamos afuera. Yo en lo particular no pude trabajar desde el miércoles, (por lo que ahora estoy hasta el culo), pendiente todo el tiempo de las noticias, del Twitter, del celular y del Facebook. Hasta vi Globovisión, canal que dejé de ver después del paro. Y confieso que lo que vi en los días antes de las elecciones en mis allegados fue feísimo, pero lo que estoy viendo después es aún peor. 

En primer lugar, culpan a los que no votaron. Cosa que me parece absurda porque en primer lugar, no votar no significa necesariamente que no quieras a tu país, sino que no crees en el sistema, y eso también es una posición política que debería respetarse. Pero como ya sabemos, la oposición no respeta nada que no sea su canto opositor. Adicionalmente, 20% de abstención electoral es bastante normal para cualquier elección presidencial de cualquier país. Y por último, la lógica dice que en esos abstencionistas la tendencia del otro 80% se hubiera mantenido igual, por lo que el resultado hubiera sido el mismo.

En segundo lugar, nos culpan a nosotros, los que nos fuimos. Apátridas, vendidos, que decidimos buscar nuestro futuro en otra configuración en vez de compartir la miseria con el resto. Desgraciados que somos que no estuvimos el lunes para ir al trabajo trasnochados y amargados, sino que nos montamos en nuestros trenes malditos del primer mundo y fuimos a fregarle los pisos a los extranjeros que nos están maltratando y vejando en otros países que no se asemejan, ni de cerca, a la gloriosa Venezuela. La cantidad y calidad de insultos que he recibido en estos últimos días por esta causa ha sido bárbara. Y este nuevo concepto etéreo de nacionalismo venezolano de mierda tampoco: porque los mismos pajúos que andan hablando ahorita como si llevaran la bandera tatuada en el culo son los mismos que en su gloriosa ciudad se andan comiendo el hombrillo, manejando borrachos y atropellando a cualquiera que se les atraviese en su camino. 

En tercer lugar, gritan fraude, al igual que han gritado en las últimas 16 elecciones de los últimos 14 años. Gritar fraude a estas alturas me parece absurdo. El fraude empezó el día en que el señor se montó y cambió la constitución a su favor, el día en el que le entregamos la alcancía de PDVSA en sus manos en un paro de mierda en el que todos salimos a jugar en la autopista, el día en el que le dimos la asamblea, el congreso, el CNE, los jueces, las gobernaciones, el día en el que lanzamos a Rosales y a Arias Cárdenas, el día en que los dirigentes de la oposición se cayeron a coñazos públicamente por ver quien se iba a quedar con el coroto en el supuesto que lo sacaran, el día en el que todo esto está pasando desde hace 14 años y lo que hace la oposición es salir con banderitas y optimismo y flores hippies a cantar y a bailar en la autopista, todos bonitos y llenos de material pop, a convencerse unos a los otros que ahora si, esto es suficiente: caminamos varias cuadras, somos muchos y estamos muy alegres, Chavez se va. 

Mientras sigan negando la existencia de esa mitad a la que insultan cada vez que pueden y culpando a cualquiera de sus desgracias menos a sí mismos, el resultado va a seguir siendo el mismo. La oposición es tan ignorante como el chavismo, y tan culpable de sus desgracias como los otros. ¿Como es posible que a Maduro lo insulten, no porque es un corrupto, sino porque es un chófer? ¿Como es que al otro lo insultan porque es un "maricón" y no porque se está robando un poco de plata? ¿Como es que yo soy una infeliz porque no ando disfrazada de bandera y bailando joropo por las calles de Roma? ¿Quien le dio el derecho a ustedes a decidir quienes son y quienes no son venezolanos? ¿La misma persona que le dio ese derecho a Chavez y a su gente? Y siendo este el caso, ¿qué los hace mejores que la otra opción? ¿que redactan mejor sus ofensas?

Si quieren un cambio, empiecen por su casa y por si mismos, y dejen de tirarles piedras a los vecinos porque ustedes también tienen techo de vidrio.

3 comentarios:

depr001 dijo...

Ah, la mágica matemática del que no quiere reconocer al otro.

Sabes que me arrecha? Toda la gente que grita fraude y no se toma 10 minutos para leer el procedimiento de totalización. Suenan como los conspiparanoicos que aseguran que el hombre no llegó a la luna.

Titi dijo...

Muy bien dicho prima. El cambio empieza por nosotros y por respetar la posición de los demás. Reconozco que a mi si me molesta un poco aquellos que no votan, pero no porque no respete su decisión, sino porque muchos dejan de votar por desidia. Si es la flojera o la apatía entonces no lo justifico, pero tampoco creo en acusarlos ni insultarlos; ya está bueno de eso. La felicidad se la procura cada quien y no debes contar con que los demás lo hagan por ti.
Palabras más, palabras menos, yo soy menos pesimista porque creo que lo lograremos pero sin duda hay que echarle un cerro y definitivamente hay que dejar de quejarse y HACER. Ya sea en el exterior o en Venezuela. Hay que tomar responsabilidad y aceptar que nuestro país vive una realidad muy jodida que intentar subsanar.
Se les extraña a todos! Un beso grande :)

Fernando A. dijo...

Leyendo cada una de tus lineas, sentí que muchas de ellas salían de mi. Definitivamente el cambio que queremos y como yo digo "nos merecemos" debe venir de una manera mucho más profunda que una simple marcha donde portemos mil y una bandera. El cambio que se quiere debe estar en cada una de las acciones que se hagan, el cambio debe estar en mantener y afianzar los principios en los hogares, el cambio esta en no confundir la viveza criolla con que los demás son estúpidos por no colearse y esperar su turno. Siento que nos falta para llegar a ser ese país maravilloso que queremos, a pesar de ello yo me siento muy orgulloso de donde vengo y de lo que soy, y estando acá o viviendo fuera no dejare de ser venezolano.
El futuro debe ser forjado por cada quien como mejor lo considere, nadie pierde su gentilicio por salir de su país y menos se és más venezolano que otro por seguir viviendo dentro de las fronteras de esta tierra ubicada al norte del sur.