sábado, 11 de agosto de 2012

Nerón y Calígula

Finalmente puedo decir que puedo cruzar de mi lista aquello de vivir las cuatro estaciones. Siendo de Caracas, debo confesar que el tema me daba un poco de curiosidad y de envidia. Aquello de poder usar sobretodo, medias de lana y botas simplemente no es posible. En mi ciudad natal el clima es básicamente el mismo durante todo el año: hace calor y llueve durante once meses, y hace menos calor y llueve menos durante uno. A mi me han dicho toda la vida que "Caracas tiene un clima privilegiado", y la verdad nunca he estado de acuerdo, porque no me gusta el calor, pero pensaba que tal vez aquello de las estaciones me podía hacer cambiar de parecer. 

A Roma llegamos en septiembre, que era el comienzo del otoño. Aclaremos algo: las estaciones no terminan un día y comienzan al otro, sino que hay una transición como de una semana en la que las cosas empiezan a cambiar. El comienzo del cambio es evidente, y hay un punto en el medio de cada estación en el que uno piensa "wow, así que esto es!". Curiosamente, los romanos cambian el vestuario el día que el periódico indica el cambio de estación. Es decir: el invierno termina el 6 de marzo! Y hasta el 6 de marzo anda esta gente con aquellos abrigos de invierno, así estén haciendo 20ºC en la calle. Yo me asfixiaba de solo verlos.

El otoño y la primavera son, en términos de temperatura, prácticamente lo mismo. En el otoño los árboles se quedan calvitos y la ciudad se ve bastante sobria y seria. El suelo está cubierto de hojas con colores bellísimos, y se corresponde con toda la poesía que se ha escrito del tema. El comienzo es caliente, como Caracas al mediodía en marzo, y el final es bastante frío. La primavera es exactamente lo contrario: los árboles se llenan de las más extraordinarias flores que además van cambiando de colores a lo largo de la temporada. Mención especial a unos árboles que están por todos lados que cuando florecen se cubren de pequeñas florecitas rosadas, como un cerezo chino, y en un par de semanas las florecitas explotan en unas flores color durazno inmensas, que luego se ponen blancas e inmediatamente se caen, dejando unas pequeñitas en su lugar. Este mismo árbol en verano se carga de unas frutitas pequeñitas rosadas, como un duraznito, y son super dulces y refrescantes. También hay unos que se cargan de flores rojas preciosas, y mucha gente tiene lavanda sembrada en las entradas de su casa, por lo que de vez en cuando uno se siente que camina entre ropa recién lavada. En estas temporadas, el estilo de vestuario es más o menos el mismo: quizás una chaquetita ligera y algo enredado en el cuello. Estas dos estaciones se podrían comparar con hombres solteros: fáciles de entender, no necesitan mucha logística y uno entiende claramente qué es lo que hace falta para sobrellevarlas.

El invierno y el verano, por otro lado, son mujeres casadas y con hijos. La logística de cada una es complicadísima y la cantidad de alternativas, sobre todo para los novatos como nosotros, pueden resultar abrumadoras. Los costos se disparan, porque ya estamos hablando de calefacción o refrigeración serias, y francamente, no existe vestuario venezolano que esté preparado para afrontar tres meses de estas exageraciones. 

El invierno comienza muy rico, sobre todo si a uno le gusta el frío. A mi en lo particular me encanta, mientras que al calor lo detesto. Noviembre y diciembre son dos meses en los que uno anda abrigadito en la casa, con mediecitas rechonchas, suéter y mono, y para salir, pues toda una pinta: vestidos de lana, medias gruesas, botas hasta las rodillas, bufanda, gorritos, etc. Una cantidad de accesorios adicionales que para cualquier mujer son el paraíso: más excusas para comprar pendejadas. Estando dentro de la casa, básicamente basta con andar abrigadito y dejar las ventanas cerradas. Si acaso una que otra noche haría falta prender la calefacción. Pero cuando llega enero, ya la cosa se comienza a complicar. En mi primer apartamento romano había un problema con la calefacción, así que tuvimos que recurrir a unos termoventiladores pequeñitos, que no calentaban el apartamento mucho pero mientras estuvieras con el bicho pegado en la barriga ibas bien. El único detalle es que luego ese termoventiladorcito, prendido incluso con cuidadito, hizo que nos llegara la cuenta de luz con 300 euros adicionales a lo que ya pagábamos. La calefacción normal es más económica, pero tampoco es que es barata. La ciudad sigue formal y gris, como en otoño, y de vez en cuando se aparece una ola de frío siberiana que es anunciada por los noticieros con bombos y platillos, que en mi caso, en algún punto me hicieron pensar que tal vez el calor horroroso de las colas caraqueñas no era tan malo, después de todo.

Dejo por último el verano, que es el que estoy viviendo ahorita. Bueno, sobreviviendo. El primer mes del verano es muy caliente. Estamos hablando de 35º clavados, con una pepa de sol impresionante en un cielo en el que nunca jamás se aparece una nube pero es que ni por equivocación. Por alguna razón que no me explico, hay un montón de plantas que deciden florear y dar frutos en esta época, así que la ciudad se vé hermosísima: entre los colores brillantes del cielo y el verde de las plantas, más las flores anormales que deciden que esta es una buena época para aparecer, visualmente todo es muy agradable. El calor comienza alrededor de las 9 de la mañana, (antes de eso es medianamente tolerable), y a las 9 de la noche todavía es insoportable, ya que aún es de día y hay un sol playero como si estuvieras en Puerto La Cruz. Salir a la calle es como un castigo. El hormigón se calienta (tal vez no freír un huevo pero podrías calentar tu comida sin un microondas), y el suelo, las paredes y los vidrios que te rodean en la ciudad irradian tanto calor como el sol. Apenas sales de la casa empiezas a sudar, y después de caminar un par de cuadras estás sudando en sitios en los que ni siquiera sabías que podías, como por ejemplo, entre los dedos de las manos. En algún punto del día son líneas contínuas de agua que corren por tu cara y no puedes hacer absolutamente nada al respecto. Los locales no tienen aire acondicionado, como en Caracas, ni los centros comerciales, ni los trenes, ni nada. Aquellos sitios que lo tienen, es como si no lo tuvieran. Supongo que tiene que ver con el precio de la electricidad en Italia. Es decir: salir a hacer una diligencia a pie es como ir voluntariamente a las pailas del infierno a darse una vuelta. El abanico que dulcemente me trajo mi amigo Juan de España a veces ni me sirve, porque lo que estoy echándome en la cara es aire caliente.  Uno bebe agua sin parar, y te venden botellas medio congeladas para que puedas volver a rellenarlas en las fuentes públicas, y los turistas andan todos con caras de cansancio absoluto y completamente insolados. Es como un desfile interminable de langostas rechonchas. En verano hace un calor insoportable todo el tiempo, y de vez en cuando, llegan olas de calor africanas que incendian todo a su paso. En este verano han pasado alrededor de 6, siendo la última la peor, y los graciosos estos la llamaron Nerón (como el emperador que quemó Roma). Entre las víctimas de Nerón se encuentra mi computadora. Después de Nerón viene Calígula, lo cual me tiene absolutamente aterrada.

Aquellos paseos interminables por la ciudad fueron postergados hasta nuevo aviso. Sin saber de la llegada de Neroncito, salimos a comernos un heladito en Roma, en una heladería famosa que está por el centro. No habíamos llegado a la heladería y yo me había tenido que sentar tres veces, con jaqueca, nauseas y mareos. Mi esposo no estaba tan mal, pero tampoco se veía particularmente feliz. Pasé toda la tarde desesperada por regresar a mi casa, bañarme con agua helada, prender el aire acondicionado a full mecha y acostarme en la cama sin moverme, lo cual eventualmente logramos hacer. Necesité dos horas para recuperarme de un paseo de cuatro.

Así que amigos: si nos quieren visitar, que no sea en verano. Los recibiremos, pero evitaremos a toda costa acompañarlos a cualquier lado!!!