viernes, 10 de febrero de 2012

Fútbol - o Milán III Parte

"Ganar no es lo importante siempre y cuando ganes".
Vinnie Jones.

En Italia, el tema del fútbol es delicado. Uno no puede andar vociferando a favor de su equipo o en contra de los otros sin estar preparado para la posibilidad de algún tipo de respuesta.

La noche que llegamos a Roma se jugó un partido importante para el equipo local. Estábamos mi esposo, mi hermana y su novio, y yo, después de 35 horas de viaje (Australia como que quedaba más cerca, después de todo), exhaustos, adormilados y muertos de hambre. El amable encargado del edificio nos llevó a un pequeño restaurante que queda a una cuadra de la casa, donde instruyó al dueño, un señor gordo y alto con un bigotito italianísimo, que nos sirviera pasta a todos y nos mandara a dormir. Dicho y hecho, el señor nos llevó a la parte de atrás del local, donde habían dos mesas ocupadas, todos hombres, que bebían cerveza y miraban el juego. Nos sirvieron cervezas y pasta, y felices, empezamos a comer y a echar una miradita de vez en cuando al televisor. No habían pasado diez minutos antes de que se evidenciara que una de las mesas le iba a un equipo, y la otra al rival. Había un señor, gordo y malhumorado, que le gritaba incesantemente al televisor, sobre todo cuando la Roma perdía un pase. En la otra mesa había otro señor, flaco y también malhumorado, que hacía lo mismo con su equipo. Antes de que terminara el juego, estos dos estaban de pie, habiendo olvidado por completo el juego, dándose barrigazos y señalando hacia afuera. Nosotros estábamos felices y deleitados por la demostración, porque la situación no podía ser más estereotípica. Eventualmente, el dueño del negocio, que era más grande que los otros dos juntos, se les acercó y les echó una mirada significativa con un gesto hacia nosotros, como diciendo "están poniendo la cómica frente a los turistas". Yo le quería decir que no éramos turistas y que siguieran, pero decidí quedarme quieta, como Julieta, porsia.

Como ya saben, el regalo de navidad para mi esposo fue ver un juego de fútbol de su equipo en su estadio. El Inter, uno de los dos equipos de Milano, en el Giuseppe Meazza, en contra del Lazio, uno de los dos equipos de Roma. Estas entradas las compré con bastante anticipación, ya que me han dicho que se agotan muy rápido, en una página web italiana que se dedica al tema. La diferencia de precios entre una sección y otra del estadio era bastante significativa y la oferta no era muy amplia, por lo que opté por asientos en uno de los laterales, en la primera fila de la última sección. En la página web me indicaron que las entradas estaban reservadas, pero que los tickets se emiten solo a una o dos semanas antes del partido, y recibí varios correos donde me decían, tranquilizadoramente, que mis entradas estaban ahí, y que las recibiría con seguridad con tiempo suficiente para ver el juego. Cosa que obviamente me mantuvo en vilo hasta que llegaron, ya que estoy acostumbrada al sistema venezolano donde no importa lo que te digan, igual no van a cumplir. Unos diez días antes del juego, recibí una llamada de los organizadores, (no sé si del evento o de la página web). Era un hombre muy amable, que me preguntó si nosotros eramos romanos. Sin entender muy bien lo que quería decir, le contesté que vivíamos en Roma. El insistió en la pregunta, y yo seguí sin entender, hasta que me dijo: "es que para la gente que vive en Roma hay ciertas restricciones para este juego". Le pregunté cuales, y me dijo "no pueden verlo". Inmediatamente le dije que ambos somos venezolanos, turistas, que queremos ver un juego de fútbol, y que en nuestros pasaportes dice que somos de Venezuela, cosa que lo tranquilizó y me dijo: "Ok, entonces no hay problema. Ya estoy imprimiendo tus entradas y las recibirás en dos o tres días". Mi esposo me explicó luego que a los tiffossi, que son los hinchas radicales de los equipos, los ponen en un sector especial, que es la portería opuesta a la de los hinchas del equipo local, para evitar cualquier tipo de interacción entre ambos bandos, y si uno es local del equipo contrario tiene que sentarse en esa sección. El resto de la gente se sienta tranquilamente en los laterales y entran y salen del estadio sin problemas.

El Giuseppe Meazza, o San Siro, dependiendo de quien vaya a jugar porque es sede tanto del Inter como del Milan, es una estructura impresionante. Fue construido en 1925, y en los ochentas fue ampliado. En la ampliación se agregaron 11 torres de concreto que sirven como acceso para el público, unos espirales gigantescos que puedes pasar unos buenos diez minutos subiendo, y también como soporte para el techo y las gradas adicionales que le colocaron. Le caben 81.000 personas, sin embargo, yo calculo que estaba a media capacidad, lo cual sigue siendo un número formidable. Alrededor se instalan cientos de puestos de venta de comida, café, cervezas y accesorios de los equipos participantes en el evento específico. Se veían cosas de otros equipos, pero en general el nero-azzurro era lo que predominaba. A medida que se acercaba la hora de entrar, la gente se iba animando y se iban formando grupos que cantaban o agitaban banderas. Darle la vuelta al estadio es un paseo interminable.

Finalmente, abrieron la puerta. Nosotros cargábamos la mochila viajera encima, y los amables vigilantes nos dieron la opción de dejarle la mochilita a las señoras que venden el café afuera, o de que botáramos las posibles armas blancas que constituían un par de desodorantes casi sin nada, y un pote de acondicionador casi vacío. Agotados de los eventos del día, botamos los potes y seguimos, a pesar de la insistencia de que las señoras "nos cuidaban los desodorantes". Dada nuestras experiencias previas en eventos grandes en Caracas, nos pareció que sacar a ese gentío del estadio podía ser un caos y que probablemente no encontraríamos el puesto donde habíamos dejado las cosas. Además, con el frío y las ganas de ir al baño que este genera, ya no estábamos pensando muy claro. Entramos al estadio y por dentro es todo lo que promete por fuera. Inmenso, hermoso, puro fútbol. Rápidamente ubicamos nuestros asientos, que fueron igual de incómodos que los de cualquier estadio, y nos sentamos a esperar. 

Al rato, salieron los jugadores a calentar, pusieron cositas en el piso y jugaron alrededor de las cositas, dieron brinquitos, trotaron, patearon, atajaron. Luego entraron todos, salieron y se tomaron su fotazo los dos equipos, se desearon suerte, himnos de los equipos, presentación de los jugadores.

La presentación del juego fue divertida. Cuando presentaron los jugadores del Lazio, simplemente decían el nombre: "Miroslav Klose", por ejemplo. La lista se leyó completa en segundos sin más aspavientos. Cuando leyeron la del Inter, el comentarista decía el nombre y el público contestaba gritando el apellido. Caso especial, Diego Milito, quien es el ídolo de su fanaticada y cuando lo mencionaban, los gritos salían del corazón.

Los tiffossi del Inter estaban a nuestra izquierda, y era la grada más llena de todas. Los de Lazio a la derecha, y la verdad no había mucha gente, sin embargo, los que estaban hicieron su mejor esfuerzo por animar a su equipo. Una cosa que me pareció curiosa es que cuando los hinchas del Lazio cantaban, los del Inter, con todo y que eran muchos más y fácilmente podían apagarlos, esperaban hasta el final de la canción para comenzar a cantar ellos. 

El primer gol no lo vi. Estaba ocupada ajustando la cámara, y me enteré del gol solo porque mi esposo dijo, bajito: "gol". Lo miré incrédula, sobre todo por el silencio espectral que cubrió el lugar. Ni siquiera los fans de Lazio celebraron. Como el partido era en vivo no tuve repetición. Eso ocurrió con los dos goles. En cambio, cuando el Inter anotó, y lo hicieron tres veces, la gente empezó a gritar cuando el balón aún estaba en medio campo. Los goles y pases de Milito fueron los más celebrados, y el comentarista, que solo hablaba cuando hacían goles, gritaba tres veces "DIEGO" y la gente contestaba, deleitada: "MILIIITOOOOOO!". Mención especial tienen los seis caballeros, fanáticos del Inter hasta la médula, que estaban detrás de nosotros, que criticaron a todos los jugadores con aguerrida intensidad, los insultaron floridamente cada vez que perdieron la pelota, sufrieron varios niveles de pre-infarto cuando les metieron gol, y aplaudieron con ojos llorosos cuando lo metieron ellos. Solo un fanático del fútbol italiano puede estar extremadamente contento y arrecho al mismo tiempo. Aunque pensándolo mejor, tal vez los argentinos se les igualen, como demostró el Tano Pasmán.

Finalmente, el juego llegó a su fin, y la gente comenzó a salir. Nosotros nos retrasamos pues fuimos al baño, nuevamente el frío haciendo de las suyas, a pesar de no haber bebido nada durante el juego. De hecho, nadie lo hizo. La gente no estaba ni bebiendo ni comiendo: fueron a ver fútbol, y eso fue lo que hicieron. Cuando salimos del baño, el cual para mi sorpresa estaba totalmente vacío, solo quedaban en el estadio los tiffossi del Inter, los de la Lazio, y nosotros. Comenzamos a salir por uno de los espirales, contentos y relajados, comentando los eventos del juego. Cuando íbamos por la segunda vuelta, nos dimos cuenta de que justo por el espiral frente a nosotros estaban sacando a los fans del Inter. Venían cantando himnos y gritando, y estaban escoltados por unos 30 policías gigantescos y muy serios, y cada vez que coincidíamos en las vueltas sentía la mirada de cientos de personas. Por instinto, apuramos el paso. Cuando finalmente llegamos a tierra, nos encontramos con un camino bien específico creado por otros tantos policías anti-motin, que nos miraron alarmados, y rápidamente nos empujaron fuera del estadio, supongo que para evitar cualquier cruce con el otro bando, aún cuando nosotros teníamos bufandas y ropa del equipo. Los fans del Lazio los sacan al final, cuando ya no queda nadie cerca, también escoltados.

El estadio se vació en menos de quince minutos. La mayoría de la gente se dispersó por las calles laterales, pues muchos habían dejado los carros estacionados cerca. Los que se decidieron por el estacionamiento sufrieron lo mismo que se sufre al salir del poliedro: una cola fenomenal. Para los que iban al metro habían unos treinta autobuses que partían a medida que se iban llenando.

La experiencia fue estupenda. Ver un juego de fútbol en vivo fue como siempre nos lo habíamos imaginado, y no puedo esperar a que sea primavera y haga menos frío para repetirlo.

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