miércoles, 24 de agosto de 2011

La Capa

Tenía la cabeza grande y dura como una piedra. Él lo sabía muy bien, porque practicaba todas las noches antes de dormirse contra una sillita de madera que su abuelito Pancho había puesto contra la cama para que no se fuera a caer en la noche. Aunque él le insistía a su abuelo que se podía caer desde un edificio de un millón de pisos sin que su cabeza se rompiera, el abuelo no le creía e insistía en colocar la silla.

No importa, sirve para entrenarme.

Algún día sería un superhéroe. Todavía no había decidido cual; si aquel tipo que se aparecía en cualquier lado en el momento más indicado, o el otro fortísimo, o el del carrote marrón que robaba a los pobres y les daba a los ricos, algo así.

Mientras decidía tenía tiempo suficiente para hacer todos los ejercicios que un superhéroe tiene que hacer. Sin embargo, el problema que más lo mortificaba se concentraba en el tamaño. ¿Qué hacer con una estatura de un metro en un mundo tan malvado y necesitado de superhéroes enormes?

Lo primero era pasar la mayor parte del tiempo de pie, hasta que oyó a su mamá decir a su hermano: come sentado, el estar parado no te hace crecer. (Lo que resultó un alivio, le costaba muchísimo trabajo dormir así). Luego comenzó a colgarse de todo lo que veía, dando como resultado que las cortinas de los baños se vinieran al suelo, y unas buenas nalgadas por “muchachito tremendo”.

Habría que probar otras técnicas. Quería preguntarle a su hermano mayor; él lo sabía todo, pero no podía darse el lujo de quedar como un tonto que no sabe nada, así que comenzó a espiarlo y a seguirlo muy de cerca para ver si descubría su técnica (para ser tan alto). Después de mucho sigilo y paciencia, (y golperse repetidamente contra su espalda, cuando este frenaba de golpe) descubrió que la técnica de su hermano era bastante simple: hablaba constantemente por teléfono.

Que bruto soy, debí haberlo sabido.

Viviendo en un edificio sin parque, con vista a una vía principal (con todos los carros, humo y ruido), no había muchas posibilidades de andar suelto por allí, de hecho, ninguna. Se pasaba la mayor parte del día viendo la televisión, y en la tarde hacía como que jugaba, pero en verdad se entrenaba mucho para cumplir todos los requisitos necesarios en la profesión.

Hay que poner cara de malo. Frunciendo el ceño y arrugando la boca, poniendo una mirada de deliciosa rudeza, mientras se cuadra frente a un espejo con un puño y una pierna más adelantados, zapatitos blancos de deporte (necesarios para los ejercicios de la tarde). Pensando que hay que hacer algo con el cabello, definitivamente un defensor de la justicia no puede a andar con esos rulitos tan ridículos por la vida. Más tarde habrá que decírselo a mamá, aunque llore por un mes.

Secretamente anhelaba uno de esos trajes con cinturón y botas haciendo juego, pero de cara al espejo consideraba que, apartando los tontos ricitos, se veía bastante bien sin ningún tipo de uniforme.

Quizás me llamen el Superhéroe-sin-uniforme. (Un buen nombre, para empezar). Aunque considero necesarísima la capa, no hay forma de que se vuele sin la dichosa capa, sólo las brujas, y definitivamente eso es para las niñas. Una capa grande (más grande que yo), negra (por supuesto), muy brillante y con dos tiritas para amarrarmela bien al cuello, no se me vaya a soltar mientras vuelo y me espiche contra el piso.

En las noches siempre venía la gran batalla de la cena. El mayor quería comer basura, chocolate en la cena, donde se ha visto, mientras que el chiquito insistía en avena, espinaca, huevos sancochados y muchos tomates, donde se ha visto. Bueno, coman lo que les dé la gana, total, al final siempre hacen lo que quieren.

Tenía las manos grandes y ásperas como un orangután. Él lo sabía muy bien porque se raspaba un ratito todos los días con una limita que se había robado del cajón de mamá. No mucho, no es necesario que sangre (solo para acostumbrar a aquellas manazas a sostener en pie los edificios en llamas y las bellas muchachas que luego le darían un besito y lo invitarían a tomarse un refresco con galletas en su casa, que mejor recompensa para un superhéroe cansado y sediento). Sin embargo, la parte del besito se la podían saltar, siempre está de más besar a una niña, aunque sea por galletas.

Excepto la niña del piso de arriba, que cosa tan terrible. Cuando sea famoso, nunca la voy a rescatar, aunque sea el último superhéroe del mundo.

Tenía la espalda fuerte y musculosa como un actor de televisión. Él lo sabía porque hacía flexiones todos los días, se tocaba con mucho cuidado las puntas de los pies dos o tres veces.

Se observaba detenidamente frente al espejo cuando entró su hermano. Pobrecito mi hermano, él no puede ser un superhéroe como yo. Imagínate que en el momento en que esté sacando un enorme tren en llamas llenito de gente del precipicio, le dé su enfermedad y se mueran toditos... Es mejor que me deje ese trabajo a mí, que estoy entrenado y que además, lo puedo salvar a él (llevarlo volando al hospital, necesito una capa urgentemente, cuando los ojos se le ponen rarísimos y empieza a llorar quedito, y mi mamá pone esa cara extraña y me saca del cuarto). -¿Qué haces, campeón?. –Necesito mi capa, ya es hora de que empiece a entrenar con el vuelo. –Bueno, pero ten cuidado, no vayas a romper nada en el salón, sabes como se pone mamá.

Finalmente llegó el día. Su tía Conchita le estaba celebrando el cumpleaños a sus primitos Fernandito y Luisita, esos dos demonios insoportables que de cuando en cuando cumplían años y a él lo enviaban hecho un pastelito a una fiesta fastidiosísima, y además, sin televisión.

Este año, era distinto. La tía decidió hacer una gran fiesta de disfraces (mamá dijo que era sólo por sobrepasar la fiesta de Yolandita Márquez), y por supuesto, pidió el disfraz con la capa más grande que había en toda la tienda. (Resultó ser un disfraz de principito, pero que importaba, se iba a ver muy ridículo si lo parapeteaban con uno de superman, eso era un plagio). Toleró impaciente la detestable fiesta, socializando poco con los demás niños que hasta ese momento sólo pensaban en jugar. Su mamá preocupadísima, este niño no juega con los chiquitos de su edad... habrá que hacer algo.

Después vendrán corriendo para que yo los salve.

En la noche, se puso sus zapatos de lona, su franela de hombre-super-veloz, su casco protector contra los golpes en la cabeza (una precaución extra, realmente. Pura ornamentación), y su capa. Gran capa negra, brillante, con cristales de colores en las puntas, majestuosísima, seguro que todo el mundo se vá a preguntar quien es ese nuevo superhéroe que pasó volando por allí. No hay FORMA de que me confundan con un estúpido pájaro.

Se puso su uniforme completo y se paró frente al espejo, pechito afuera, manos en la cintura. Todavía le faltaba tamaño, pero que diablos. (Gesto al mejor estilo vaquero). Era hora de comenzar los entrenamientos de planeo.

Primero, desde baja altura. La cama. (No era fácil planear desde la cama, necesitaba algo de impulso). Luego, después de mucho analizar, decidió posponerlo el día siguiente, sobre todo después del “andate a dormir” que salió del cuarto de su mamá. Bueno, habrá que esperar hasta mañana.

Al día siguiente se levantó con el mejor ánimo. Imaginarse la sorpresa de su mamá cuando descubriera que su hijito era un super-héroe. Seguro estaría feliz por muchos días, y sonriendo. La sonrisa de mamá es linda.

Su hermano veía la televisión, su mamá estaba trabajando, como siempre.

Ahora, a practicar el vuelo largo.

Cuando llegué al departamento había un tumulto de gente con aspecto triste y desesperado en la acera frente al edificio. Estaban casi todos los vecinos, había una ambulancia y unas patrullas de policía. Me acerqué a preguntar, y cuando notaron mi presencia, hubo un silencio absoluto que duró millones de años, todos me miraban con ojos enrojecidos y asustados, pero nadie dijo nada. Traté de mirar al centro del tumulto, y lo único que pude distinguir fue la puntita de una tela negra brillante, con cristales de colores.

domingo, 21 de agosto de 2011

Fucking Hippies

En la vida diaria, uno toma muchas decisiones, a veces sin darse cuenta. ¿Me voy por la autopista o por los caminos verdes? ¿Compro bonos o dólares? ¿Voy al cine o a comer sushi?
Cuando uno decide irse de su país y empezar de nuevo en otro lado, las decisiones que hay que tomar diariamente se multiplican. No solo eso: de cada decisión que uno toma, se derivan un montón de sub-decisiones, que a su vez, se convierten en un montón de micro-decisiones, y así sucesivamente. Lo más difícil del asunto es lo siguiente: en la mayoría de los casos, yo no tengo ni idea de cual es la mejor respuesta, ya que desconozco la ciudad y las costumbres del sitio al que voy, y tengo que terminar confiando en mi intuición.
Un ejemplo sencillo es el de las cosas que se van y las cosas que se quedan. Yo no soy de la gente que acumula demasiadas cosas: cuando algo está viejo o feo, lo boto o lo regalo. No soy de esa generación que no bota ni un potecito de arroz chino de 1982, porque "puede servir para que alguien se lleve un pedacito de torta". Así que en realidad, no tengo taaaantas cosas.
Aún así, me vi obligada a reducir mi carga material. No tengo suficientes cosas como para justificar una mudanza internacional, y tampoco tan poquitas como para que no sean problema.
Los electrodomésticos (los cuales no sirven en Europa, de cualquier forma) fueron los primeros en irse. Mi bella nevera de Space Invaders, mi Tostiarepa de dos arepas, de esos que ya no se consiguen, mi wafflera nueva. Mis platos incompletos y llenos de roticos. Mis ollas en las que los huevos fritos inevitablemente terminaban revueltos, mi tostadora bipolar marca Pancho Gomita, que unas veces sancocha el pan y otras lo incinera... todos pasaron a otras manos.
A los electrodomésticos y línea blanca, le siguieron los adornos de la casa. Bye bye Mr. Potato Head, te regalo mis iguanitas que compré en la juguetería en Mérida, por 5 Bs. cada una llévate las 30 cestas que pasé años recolectando en todas las ventas de mimbre de Venezuela. Es más, ya no se que hacer con ellas, te las regalo todas. Y estos potes de arroz y azúcar? Están casi nuevos! Me los regalas?.... Bueno, sí, llévatelos...
Luego tuve que darle una larga y honesta mirada a mi closet. De eso no quiero ni hablar, todavía estoy deprimida.
Cuando pensé que ya me había desprendido de demasiadas cosas, que quizás se me había ido la mano, me di cuenta de que aún faltaban mis libros... Ooooooh dolor!, no quiero regalar ninguno, no quiero donar ni dejar a nadie, a todos los amo por igual, a todos los voy a extrañar. Pero una evaluación objetiva del asunto arrojó resultados indeseables: muchachos, los amo pero no pueden venir conmigo. A esos si que los metí en cajas, recé por ausencia de inundaciones inapropiadas, y los sellé con la esperanza de irlos mudando de a poquito. Pero en el fondo sé que cuando sea el momento de sacarlos, van a ser amarillos, feos y tristes... pero tal vez en ese momento yo esté lista para decir adiós.
Mi perro Kaiser me enseñó hace muchos años la valiosa lección de que las cosas son cosas y se dañan y se pierden y la vida continua. Sin embargo, hay cosas que duelen más que otras, y cuando se trata de un desprendimiento tan generalizado, el resultado final es aplastante: me siento como si me hubieran arrancado un pedazo grande de piel.
La gente se pone un poco insensible, o tal vez es no se dan cuenta, pero a veces me caen dos y tres persona encima y empiezan a agarrar cosas al azar, preguntando si se lo pueden llevar... una vez alguien agarró mi cartera y me dijo: ¿y esto también lo estás regalando? Casi le digo: "si, y mi culo también, llévatelo si quieres", pero me contuve a tiempo. Cada vez que alguien me pide algo que no he ofrecido, o que no he considerado regalar, es como un punzón en el hígado, me siento como una vaca atropellada en el llano con un montón de cuervos encima. En el fondo, yo sé que lo que me duele es darme cuenta de que eso que me están señalando, tampoco me lo puedo llevar, y al final, se lo voy a terminar regalando o vendiendo a la persona que mostró interés.
Hay gente que me dice: "no sé para qué te preocupas tanto, mete todo eso en cajas y luego te lo mandan". La noción de recibir a posteriori un millón de cajas de corotos viejos y buscarle ubicación en un apartamentito romano me aterra. Por el otro lado, la alternativa de dejar mis cosas en cajas por años y años, para que eventualmente alguien las abra y concluya que todo esto ya es basura, me entristece. La opción más razonable para mi es darle colocación a la mayoría lo más rápido posible, más o menos como cuando uno tiene diez cachorritos en casa, y tratas de conseguirle un buen hogar a todos.
También hay personas que me hablan de lo superficial que es aferrarse a objetos inanimados, (y eso es a veces extrapolado a los animados = mi gato), de que las posesiones personales no definen quienes somos, y que tenemos que liberarnos de las ataduras monetarias para ser verdaderamente libres y encontrarnos a nosotros mismos.

A quienes les digo: fucking hippies.