jueves, 18 de septiembre de 2008

Agata lA gata

Una semana fuera de mi casa bastó para ser recibida con una pequeña invasión de ratones. Mickey Mouse, no Ratattouille, afortunadamente. Lo sé porque los vi con mis propios ojitos la primera noche, cuando un escándalo en la cocina me hizo despertar sobresaltada y acercarme lentísimo con una linternita azul. El perro también aprovechó de agarrar sus 15 días de vacaciones y supongo que su ausencia incentivó un poco la invasión. Yo se que el individuo no se especializa en roedores (su curriculum decía "Osos"), y que de hecho los ratones le dan asco, pero afortunadamente, estos no lo saben.

Esa primera noche, después de un par de horas brincando a cada mínimo sonido (y en mi casa abundan), finalmente mi esposo y yo comenzamos a quedarnos dormidos. Al poco rato escuché una especie de aleteo dentro de mi cuarto. Es necesario aclarar que nos hallamos protegidos por un mosquitero, tipo Africa mía, que flota sobre la cama, blanquito y remendado por todos lados (el perro a veces pide asilo en la embajada anti-mosquitos), que inicialmente se instaló para protegernos de los billones de zancudos que conviven con nosotros, y que luego se probó muy útil para mantener a otros dignos ejemplares de la fauna caraqueña a raya. A salvo debajo del mosquitero, entreabrí los ojos pensando que el sonido tenía que ser imaginario, y miré de reojo a mi esposo. Este tenía los ojos abiertos de par en par y miraba el techo. "¿No puedes dormir?". "No, escucho ruidos por todas partes". "Yo también". Unos minutos después empezó a amanecer, y la luz me permitió descubrir que la fuente del aleteo era nada más y nada menos que un murciélago que entraba y salía de la habitación. Al principio daba una vuelta y salía, pero luego como que empezó a agarrar confianza y daba varias, o se guindaba de una forma curiosísima del techo, frenando casi en seco para guindar como un trapito de una puntita mínima.

Me paré de un salto y llegué al baño casi de un brinco. "Ya está, me voy!". "¿A esta hora?!". "Pues si, esto parece el Expanzoo!". Llegué de primera a la oficina. Los vigilantes me miraron divertidos, y siguieron durmiendo. Durante ese día estuve pensando qué solución darle a mi problema animalístico. Los murciélagos me tienen las paredes manchadas de guayaba y los ratones aparecen de vez en cuando, dada la ausencia total de paredes y de control de plagas gubernamental. Las gigantes cucarachas voladoras vienen a morir en mi sala. Una vez, una cucharacha gigante decidió venir a vivir en una esquinita de mi baño. Era tan grande que parecía una langosta de esas de las siete plagas. En fín, esta cucaracha bíblica pasó tres días pegada al techo de mi baño (durante los cuales fui consistente en olvidar comprar veneno), y me hizo bañarme en tiempos récords esos tres días, para finalmente soltar unas bolas amarillentas y ranuradas en el suelo de la ducha. Al regresar del trabajo en la noche y encontrar semejante espectáculo (por esos días mi esposo andaba de viaje), estuve tentada a darme media vuelta y a mudarme. Que la cucaracha se quedara hasta con la licuadora. A medio camino de la puerta decidí que, por más antiguo testamento que fuera, conseguirme un sitio nuevo en esta ciudad iba a ser más bíblico todavía, así que me armé de valor, prendí el agua hirviendo hasta que el vapor de agua la hizo resbalarse y caer en el suelo de la ducha, donde murió sancochada en breves instantes. Eso sí: pasé horas restregando esas baldosas. En esa ducha se podía hacer una cirugía a corazón abierto después que terminé con ella.

De más está decir que mi perro le tiene un asco increíble a todos los insectos, particularmente a las cucarachas y a los cocos.

Por otro lado está la cuestión de los pájaros. Estos me tienen la bandera tomada. No puedo ni quitárselas un ratico: no hay control posible sobre ellos. Entran y salen cuando les da la gana, y hay algunos tan grandes y gordos como pollos. A veces aparecen algunas guacharacas, escandalosas y ordinarias, que caminan en fila india sobre las barandas del jardín como si se estuvieran burlando de nosotros. No sé si es la perrarina, pero los pájaros llegan escuálidos y debiluchos y un par de semanas después están gordinflones e impertinentes. A veces, mientras yo desayuno, y cuando no hay comida en el plato del perro, se paran en la silla frente a mí y chillan. Por lo general, los pájaros no me gustan mucho. Pero a estos, los odio. Los muy cretinos me manchan todo lo que queda por ahí, incluso la ropa recién lavada. La gente trata de consolarme: "Bueno, pero lo que comen es fruta". Si, anda a quitar una mancha de guayaba de una tela.

Al revisar nuevamente el curriculum del perro, se evidenció que tampoco los pájaros se cuentan entre sus habilidades. Dice proactivo, excelente para trabajar en equipo, emprendedor , que aprende rápido, pero de ratones, cucharachas, murciélagos o pájaros, nada.

Después de mucho meditar, revisar algunas referencias en wiki y leer un par de artículos clave, decidí que la solución era conseguirse un gato. Para resolver un problema de exceso de animales, buscarse un animal adicional no parece lo más lógico, pero según el curriculum del gato que aparecía en cvfuturo.com, el control de plagas es parte de su formación. Aparentemente no es muy proactivo, pero si parece que es bueno trabajando en equipo. Así que convencí a mi esposo de que tanto a él como al perro les vendría bien una asistente, y partí en búsqueda de un gato. Preferiblemente hembra, por aquello de la igualdad de los sexos y todo eso.

Rápidamente me dí cuenta de que tener un gato es lo más fácil del mundo. Primero, todo el mundo los regala. Aparentemente se reproducen más que los conejos y los ratones, pero nadie ha sumado así que todavía no tienen refrán propio. En un par de horas me habían regalado como 8 gatos. Gracias a la amable colaboración de mi hermana, en poco rato tenía el gato perfecto: hembra, bebé, de procedencia más o menos conocida, y con los mismos colores del perro. Partí rápidamente a recogerla, y la llevé de una vez a lavado y engrase. El veterinario la revisó por todos lados (casi que la volteó como una media), después de lo cual declaró que estaba "buena", y yo quedé totalmente arañada porque estaba bravísima. En cinco minutos tenía los implementos del kit gatuno en mi carro (comida, arena y recipientes) y partí a mi casa.

Conozcan a Agata, lA gata.

Estamos en la etapa de integración del equipo. La entrada de personal nuevo siempre es complicada, ya que la resistencia al cambio, sobre todo de los miembros más antiguos, suele ser fuerte. Pueden ocurrir roces entre los miembros, y en ciertos casos, estos pueden ser fatales. Por eso estamos avanzando con cautela, tratando de que se conozcan bien antes de asignarles alguna tarea juntos.


Todavía no han encontrado muchos temas afines, pero estoy segura de que eventualmente se harán amigos.