sábado, 28 de junio de 2008

Solo queda el cansancio

Paciencia. 

De acuerdo a Wiki, la paciencia es el estado de tolerancia bajo circunstancias difíciles. Esto puede significar perseverancia ante atrasos o provocaciones sin molestarse ni exasperarse, o demostrar temple bajo presión, especialmente al enfrentar dificultades a largo plazo.

En muchas religiones, la paciencia es una de las virtudes más cotizadas. Incluso hay quienes creen que hay que practicarla como un arte. Pero al parecer, en este país, estas son definiciones del pasado, sin vigencia, en las cuales ya nadie cree, al igual que los semáforos y las libertades individuales.

Veamos por ejemplo nuestro comportamiento en el supermercado. Hacemos nuestra cola, (aquellos que todavía la hacemos). La persona que está adelante coloca sus compras en la banda sin fín, y apenas la cajera toma el primer objeto y empieza a trabajar, nosotros comenzamos a colocar nuestras compras sobre la bandeja. No importa que la bandeja esté o no atiborrada de víveres, o que la cajera se confunda, o que estemos codo a codo con la persona que está delante. Al final terminamos amontonando toda nuestra compra en una pilita de 20x20 cm, porque evidentemente, fuimos más rápidos en mover la comida de un sitio a otro, que la cajera en cobrarlo, y la otra persona en pagar e irse. En una ocasión, un señor ligeramente distraido estuvo a punto de pagar también mi comida en su afán por acelerar el proceso: cuando la cajera me pidió mi tarjeta, el señor le entregó la suya, ya que toda su compra estaba prácticamente sobre la mía. Lo usual es que la persona de atrás no espere a que uno reciba el vuelto para adelantarse y empujar ligeramente con el codo y una miradita de reojo, con cierto odio. "Quítate pues".

La paciencia es una cualidad admirable en el que está detrás de uno, pero detestable en el que está adelante. 

De la misma manera que hay gente que sencillamente no quiere esperar su turno, hay otras que creen que su turno es eterno, y no respetan el tiempo de los demás. Otro ejemplo de supermercado: el otro día estaba esperando en mi colita, y se acerca una muchacha con un niñito (un crío horroroso), con un pote de leche en una mano y unas galletas en la otra, y me mira con cara de becerro atropellado. La verdad es que con semejante niño tan feo y tan escandaloso, le digo que pase sin pensarlo dos veces. La cajera toma la leche y las galletas y las pasa, y en ese momento, la muchacha dice "espérate un momentito que se me olvidó algo", y se va. Regresó unos minutos después con un montón de cosas, y sin el niño, lanzó las cosas en la caja y salió corriendo a buscar al niño, que seguramente estaba a punto de ser embandejado por feo. Y luego pasó dos tarjetas diferentes porque no se acordaba de la clave, y tuvo que llamar al marido para que se la dijera. Para cuando terminó de pagar, me debatía entre odiarla a ella y sentir compasión por el pobre marido por tener que soportar a semejante par.

En una ciudad como esta, y en esta época, el tiempo es un elemento escaso y por lo tanto, súmamente valioso. Tanto para nosotros como para los que nos rodean. La mayoría de la gente quiere entrar y salir con la mayor velocidad posible de un supermercado, de una farmacia, o básicamente, de cualquier situación que requiera hacer una cola. Sin embargo, hay que entender que las actividades requieren un tiempo para ser llevadas a cabo. Sin importar que tan rápidos y ágiles seamos lanzando lechugas dentro de la cestita, o de cuanto hayamos calculado la logística, cada proceso requiere un tiempo determinado.

Hay un factor adicional a considerar: la estupidez es libre, universal, y no distingue entre razas, fronteras, edades o sexo. Y evidentemente, tampoco distingue religión, como se escucha claramente todos los domingos en la salida de las iglesias citadinas. Por lo tanto, nuestras probabilidades de cruzarnos con un idiota cada vez que pongamos un pie en la calle, son bastante altas (y para muchos, incluso dentro de su propia casa). Por lo tanto, casi siempre que salgamos a la calle vamos a tener que enfrentarnos con la muchacha que no sabe estacionar su vehículo y uno la ve con desesperación como cruza el volante hacia un lado y el otro, y vuelve a quedar exactamente en el mismo lugar. Con la señora que usa la tarjeta del cajero por segunda vez en su vida. Con el hombre de negocios maleducado que no suelta el celular y tiene a todo el mundo esperando que se digne a prestar atención. Con el viejito de 800 años que tarda dos minutos en arrancar en un semáforo que dura tres. Con el que después de hacer una cola larguísima, llega a la caja a pagar y entonces empieza a decidir qué es lo que quiere. Con la esposa que no le pasa ninguna tarjeta y tiene que llamar al marido. 

La vida en esta ciudad se ha vuelto muy dura. Tal vez la cantidad de sucesos malos que nos abruman diariamente, la ausencia total de buenas noticias, la violencia que nos rodea, el colapso de todos los servicios, la escasez de alimentos e insumos, y la falta de certidumbre con respecto al futuro en el que hemos aprendido a vivir, han hecho que perdamos la empatía mínima que hace falta para poder vivir en sociedad.

Con el fin de mejorar nuestra propia vida, es prudente que comencemos a asumir nuestra propia responsabilidad social (aplicando el término correctamente) y a colaborar con los que nos rodean. Debemos ser ciudadanos considerados, y sobre todo, necesitamos recordar como tener paciencia con los más lentos, los más torpes, con los menos afortunados, y hasta con los idiotas. 


jueves, 12 de junio de 2008

Manual de Carreño para un Cerebro Dual

No es raro, en estos tiempos, y al menos en esta ciudad, ver como la persona con la que uno conversa envía mensajito tras mensajito por su teléfono celular. Es de lo más normal que la persona que te está cobrando en la caja de cualquier negocio esté conversando con otro cajero, haciendo bromas con el resto del personal, hablando por teléfono, o contestando preguntas de otros clientes. Una vez me tocó una cajera en un banco que se estaba pintando las uñas de color rojo-puta-loca mientras yo la miraba incrédula del otro lado del vidrio. De más está decir que toda la transacción fue agónica. ¿Quien no habla por teléfono mientras lee y contesta un e-mail? ¿Quien no tiene 8 ventanas abiertas en la computadora mientras trabaja?

Yo particularmente, en lo que suena mi teléfono, abro mi correo y empiezo a filtrar y borrar, de pronto contestar alguno que otro que no requiera mucho esfuerzo, organizo mi desktop, borro algunos archivos repetidos... En mi computadora tengo siempre abiertos al menos cinco programas: Photoshop, Domus, Outlook, SAP, y Explorer (con 13 pestañas abiertas, por supuesto).  Eso en un buen día. En días complicados, tengo esos cinco, más 5 documentos de Excel, 3 o 4 correos, 3 pantallitas del SAP, y todo esto mientras hago un render y escucho música. Mientras, me quejo porque "este coroto si está lento".

En estas últimas semanas me he visto obligada a detenerme y oler las flores. Lo cual es bueno, porque las flores ciertamente huelen muy bien aunque me dan un poquito de alergia, pero es malo, porque me da tiempo de dar un paso atrás y de ver el paisaje completo. The Big Picture, como dice Bailey. Una de las cosas que he notado es que esta manía de hacer varias cosas simultáneamente no es necesariamente una virtud que nos hace más productivos o proactivos. En ocasiones puede ser hasta contraproducente y muchas veces, desagradable.

Haciendo un repaso del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras de Carreño, el cual me se casi de memoria porque mi papá me hacía leerlo cada vez que me castigaba cuando era chiquita, (era una edición marroncita con algunas comiquitas supergrotescas), es de malísima educación estar haciendo otra cosa mientras alguien nos habla. Lo cual es lógico, ya que cuando hablamos con alguien lo mínimo que esperamos es que esa persona nos escuche con atención. Tal vez las mujeres tengamos ciertas ventajas en este tema gracias a nuestros skills multiconversacionales, pero los caballeros, jamás. Por ejemplo, mi esposo, cuando trabaja mientras habla por teléfono, es facilísimo detectarlo. Entre mi pregunta y su respuesta hay un delay de unos 10 segundos. "Hola, cómo estás?" 1...2...3.... 10.... "Bien". Y aquel silencio. Más de una vez he mirado la pantallita de mi teléfono pensando que se cayó la llamada. Otra forma de detectarlo es porque se escucha claramente el teclado de la computadora. Recuerdo un día en que protesté porque estaba tecleando, y dejó de hacerlo. Al rato, empecé a escuchar el discreto click click del mouse.

Más de una vez he estado sentada en un café o en un restaurant con dos o tres personas, y he terminado sacando mi teléfono para ver a quien puedo llamar, ya que todos mis acompañantes están instalados visitándose con alguien más por los suyos. Saco mi teléfono para no verme tan estúpida, tomando café sola y viendo la decoración del local, tratando de aparentar dignidad. Los teléfonos celulares merecen no un capítulo aparte de Carreño, merecen todo un libro. Yo lo empezaría con la siguiente frase: "Si el teléfono suena, no TIENES que contestarlo". Razonamiento: hay momentos para todo. Si es una emergencia, seguramente la persona va a dejar un mensaje y va a llamar dos o tres veces más antes de desistir. En mi oficina, las reuniones son insoportables: todos los vendedores se llevan sus teléfonos y contestan todas las llamadas a viva voz. Irónicamente, los clientes se quejan de que nunca se pueden comunicar con ellos. Eso si: todos y cada uno de los 12 integrantes del departamento agarra sus dos celulares (nunca lápiz y papel) antes de entrar a una reunión.  Claro que en mi oficina no se distinguen precisamente por sus modales ejemplares. A nadie se le ocurre dejar el teléfono vibrando, y devolver la llamada al salir, por ejemplo. Como en el cine. Aunque tuvieron que crear anuncios previos a las peliculas solicitándole a la audiencia que apagaran sus teléfonos durante la función. Igual que los profesores y los médicos.

Un capítulo largo y necesario sería el de los Blackberry: instrumentos afinados para las mentes difusas. Llamada-mensajito-llamada-chisme-mensajito-facebook-mensajito. Clickclickpitbotoncitosendclick. Todo chiquitito con la puntita de los dedos. Insoportablemente obsesivo. "Es una herramienta de trabajo". Sip, los mensajitos y Facebook son indispensables para la productividad de todo ejecutivo. Para ser totalmente franca, nunca he visto a nadie trabajando con un Blackberry. 

En el postgrado, la gente se lleva sus laptops. Primera generación del Blackberry. Apenas llega el profesor, todos los estudiantes diligentemente abren su messenger y su Facebook. En cinco minutos el salón se llena de ruiditos de teclados, los cuales encuentro totalmente innecesarios y molestos, ya que nadie está realmente investigando nada ni copiando la clase. Incluso he visto como chatean entre ellos en el mismo salón. Hay profesores que incluso exigen que la gente cierre los computadores y preste atención a la clase. Lo cual, considerando que en postgrado uno se inscribe voluntariamente, y la plata suele salir del bolsillo propio, es como ilógico. Tuve un profesor terrible, cuyas clases fueron una pérdida absoluta de dinero y tiempo, pero la materia era de asistencia obligatoria y un requisito para el título. Para esas clases me llevaba mi laptop, y me ponía "away" en la vida real.

Supongo que es inevitable que queramos hacer varias cosas a la vez, sobre todo viviendo en una ciudad en la que una parte importante de nuestro tiempo útil del día se pierde en una cola, pero me he dado cuenta de que en este afán de maximizarnos, terminamos perdiendo productividad, educación, y hasta amigos. Me parece que la clave para este embrollo puede ser el establecimiento de prioridades y la definición de un método. Cuando hago demasiadas cosas simultáneamente, al menos en el trabajo, termino siendo un poco descuidada en todas, o tal vez menos detallista, lo cual generalmente termino pagando más adelante. El tiempo que me ahorré inicialmente por estar contestando el correo mientras hablaba con alguien por teléfono, lo tuve que usar después en desenrrollar la madeja que se me formó por no haberme dado cuenta de que el correo venía con dos adjuntos en vez de uno. De la misma forma, más de una vez he querido lanzar mi computadora por la ventana porque se me guindó, aún estando conciente de que fue mi culpa, porque en qué cabeza cabe que esa pobre máquina pueda manejar la tonelada de programas que yo pretendo que corra. "No tiene memoria RAM para ejecutar la operación". Su frase favorita. Cuando trato de hacer demasiadas cosas a la vez, me tardo muchísimo en cerrarlas, y la calidad del resultado es inferior al que puedo obtener si las ejecuto de una forma más organizada y metódica. Aparentemente, yo tampoco tengo tanta memoria RAM como creo. Y así como es absolutamente atorrante cuando arranca un proceso inesperado en la computadora que nos pone la máquina lentísima, (por ejemplo una actualización o el antivirus), es insoportable cuando uno está tratando de conversar con alguien, de cháchara o de trabajo, que está asintiendo con la cabeza pero no despega la vista o la oreja de su teléfono. Aunque esa persona sea Dual Core, sus procesos se ven afectados por el incremento de actividades y termina con la velocidad de respuesta afectada.

Carreño dice que hay que prestar atención a nuestro interlocutor, y que hay que mirarlo a los ojos mientras habla, no interrumpirlo, y responderle de manera educada y moderada. Lástima que ya nadie se acuerda de Carreño.