martes, 20 de mayo de 2008

Yo quiero mi llaverito

En épocas como esta, el planteamiento de la emigración parece inevitable. Las alternativas son cada vez menos para los ciudadanos de a pie, para los que no tienen afiliación política con el partido de gobierno, y para los que todavía tienen ciertos escrúpulos. Ganarse la vida como Dios manda se ha vuelto, por lo menos, escabroso.
Sin embargo, una y otra vez escucho la misma respuesta cuando la interrogante (irse?) surge en las conversaciones. "A mi me está yendo muy bien". Seguido de una larga explicación de lo interesante y conmovedor que es el trabajo de esa persona, y de un recuento de sus posesiones.
No dudo que haya gente a la que todavía le esté yendo bien, y supongo que a algunas personas les seguirá yendo bien, en una medida inversamente proporcional a la cantidad de escrúpulos que tengan, pero pienso que hay otros factores a considerar cuando se decide el futuro de una familia.
Tengo un amigo que bajó este fin de semana para La Guaira. Venía en su canal, tranquilo, en su camioneta, con todos sus papeles en regla. Un guardia nacional lo paró en una alcabala, y antes de que mi amigo se bajara del carro, le indicó que su vehículo era "sospechoso". Abrió el capó y le dijo que el serial era dudoso y que tenía que dejarle el carro para "averiguaciones". Esto implica que el carro tiene que pasar por varios entes gubernamentales, lo cual puede tardar entre 4 y 6 meses, y que le quedará con un expediente abierto que le dificultará la venta más adelante. Eso, o darle 10 millones de bolívares al guardia. Es totalmente irrelevante si los seriales son adulterados o no, aunque según la inspección que le hizo cuando lo compró, el carro debería estar bien.
Cuando esta persona narra su drama, recibe respuestas como estas: "Bueno, quien te manda a tener una camioneta". "Te vieron cara de niño rico y por eso te agarraron". "Quien te manda a tener una camioneta y a no tener real para mantenerla".
Hagamos una pausa y un minuto de silencio por la muerte de los derechos individuales.
Hay algo que los venezolanos parecemos haber olvidado hace mucho tiempo: cada quien tiene derecho a gastarse su dinero como le de la gana. Mientras esté enmarcado dentro de la ley, cada individuo tiene la potestad de decidir si agarra sus reales y los entierra en el jardín, los quema o los convierte en una floreciente industria de gnomos hidropónicos. ¿Cómo esto puede ponerse en duda? ¿Estamos tan acostumbrados a que nos digan qué hacer que ya renunciamos definitivamente a ese derecho y nos entregamos? A veces siento que me tomaron mi bandera y que no hay nadie preocupado por recuperarla: todo el equipo está criticando a Radonski y a Leopoldo y nadie está pendiente de ver qué está haciendo el equipo contrario.
Más escandaloso aún me parece el hecho de que los gastos de soborno y extorsión se incluyan de manera natural en el mantenimiento del vehículo. Tengo que reconocer que es la posición más sabia, una especie de seguro bolivariano. Sin embargo, me parece una locura tener que acostumbrarme a vivir de esta forma. No existe ninguna cantidad de dinero que me proteja contra el vacío absoluto de leyes, y contra la arbitrariedad de los que se encuentran en el poder en este momento. Me siento absolutamente expuesta e indefensa, totalmente a la merced de cualquiera que pase por la calle y se antoje de mi o de mis cosas. "Tengo que vender ese terreno, me lo van a invadir o me lo van a expropiar". "El tipo me chocó por detrás pero no me paré porque me dió miedo". "No me han entregado mi cédula porque no hay material, pero igual tuve que sobornar al policía". "El tipo compró un juez y salió la sentencia a su favor aunque legalmente debía ser para mi, así que yo tuve que buscar uno más arriba, ya me la están revirtiendo. Eso sí: me salió más caro".
Forrest Gump dice: "shit happens". Yo se a ciencia cierta que a mí me pasa a cada rato. Puedo presumir que es cuestión de tiempo antes de que me llegue mi hora. Algún día vengo tranquila por la autopista, y me cambio de canal, y de la nada aparece un motorizado (de esos que ahora son legales que circulen entre los carros a toda velocidad en la autopista), y me lo llevo, y aunque no haya sido mi culpa, me desgracié la vida. Si no me linchan en la autopista los camaradas del muerto, voy a tener que vender mi alma para pagarle indemnización hasta al perro del tipo. ¿Quien me va a defender? ¿Quien me va a ayudar? ¿Quien en su sano juicio se va a parar en el medio de un desnalgue de cuarenta motorizados que están golpeando a una desconocida para ayudarla?
Es de conocimiento de todos que tener una camioneta en este país es una promesa. La promesa de una pistola incrustada en el huequito del cerebelo. Entonces, ¿no me puedo comprar una camioneta? O, ¿me compro una camioneta y reto las estadísticas? Aunque será que la compre usada y me arriesgue a que me vendan una camioneta chimba con los seriales adulterados, porque nueva no la voy a conseguir, a menos que le pase una comisioncilla a un vendedor para que me colee en la larguísima lista de espera. Recuerdo que antaño la gente se bañaba y se perfumaba, iba a un concesionario, y un vendedor se desvivía mostrando los vehículos, tratando de convencer al cliente de que esa marca era la mejor, de que ese automóvil es excelente, de que ese color es precioso, pero si no le gusta aquí tengo la carta, puede escoger. Y uno decía: neh, y se iba a otro concesionario porque "allá me ofrecieron unas alfombras más bonitas y un llaverito".
Ya ese derecho de escoger el color o la marca, o incluso el momento en el que se adquiere un vehículo se ha vuelto irrelevante cuando se contrasta con la inseguridad en la que vivimos. La violencia de nuestra realidad es incuestionable, basta abrir el periódico o conversar con cualquier persona para enterarse de cosas tristísimas, y aunque bien es cierto que estas cosas han pasado siempre, es importante aceptar que nunca han pasado con tanta frecuencia, intensidad e impunidad como ahora.
Emigrar no es para todos. Hay que ser muy fuerte para mudarse de país con cierto éxito. Sin embargo, dadas las condiciones actuales, yo considero que emigrar requiere menor fortaleza moral que permanecer aquí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

... sin comentarios ... creo que todo está bien dicho. Anyway, si algún día matas al motorizado, me llamas y espero llegar antes que los otros 40. Hey!, así te quito la mitad de los coñazos!

xoxo

Heishiro