miércoles, 28 de mayo de 2008

Petete New Age

Algunas personas opinan que si poseen información que puede ayudar a otra persona a mejorar, es hostil no compartirla. Sienten una especie de deber moral en presencia de las anécdotas y opiniones ajenas, e interrumpen continuamente las conversaciones dando indicaciones de lo que debió hacer, pensar, sentir y decir su interlocutor. Hay gente que da contundentes consejos acerca de temas de los que no saben absolutamente nada, y más de una vez me han extendido una recomendación con cara de circunstancias (esa cara de "qué bolas tienes tú") alguien que no ha seguido su propio consejo nunca.

Hay ciertos temas que son álgidos: todo el mundo sabe de dietas y de perros. No hay manera: si uno inocentemente echa el cuento de la dieta que está haciendo, hay tres dietas mejores que esa, hay cuatro historias de gente que la hizo y que no le funcionó, hay cinco personas que obtuvieron mejores resultados con otra dieta, y seis personas que murieron súbitamente por insistir en hacerla. Si alguien dice que quiere adelgazar sin dieta, a punto de ejercicios, en dos minutos tiene un cuaderno de dietas. Si dice que está haciendo las dos cosas, le dicen que tenga cuidado con el potasio. Si está solo haciendo dieta, lo botan de la habitación. Con los perros, es increíble: hasta los alérgicos a los pelos tienen respuestas paternalistas de todo lo que los demás hacen mal con sus mascotas y cuantas cosas podrían mejorar en la educación del perro.

En muchísimas ocasiones he visto como una excelente anécdota es completamente arruinada por constantes interrupciones de alguien que insiste en explicar cómo hubiera reaccionado de haber estado en esa situación, (lo cual sería la manera "correcta" de reaccionar, evidentemente), y que siempre agrega un pequeño consejito al final de cada frase ("tu deberías"). En mi caso, acepto hasta dos consejos: a la tercera interrupción me quedo callada y me limito a fingir que escucho las infinitas oleadas de sabiduría mientras repaso mi agenda del día siguiente, mientras miro a la otra persona y asiento, atentísima, con mirada vacuna. 

El new-age empresarial (o la evolución de Og Mandino) erradicó la palabra consejo del vocabulario de los adultos contemporáneos. Ya no se dice aconsejar: se dice retroalimentar, dar feedback. Se creó toda una filosofía alrededor de esto, ya que un empleado al que no se le puede decir que es un desastre no va a mejorar nunca, convirtiéndose así en un punto sensible para las empresas proporcionar a sus empleados un feedback certero, productivo y que no genere más incomodidades que beneficios. Es muy fácil hacer de un empleado motivado y bueno, uno muy desmotivado: una evaluación injusta suele bastar. Esta nueva religión gerencial nos instruye en el arte del feedback, y lo separa de dos maneras: positivo y negativo, solicitado y no-solicitado. El feedback positivo ocurre cuando le decimos un elogio a la otra persona, y no importa si es deseado o no, siempre es bien recibido. El negativo aparece cuando estamos criticando a la otra persona, y nunca es bien recibido. Sin embargo, si es solicitado, tenemos muchas más probabilidades de que sea aceptado que cuando salimos de un arbusto a decirle a otra persona lo que está haciendo mal.

La mayoría de las personas concentra sus esfuerzos en darle a los demás feedback negativo-no-solicitado. Traduciendo al cristiano renacentista: en criticar a los demás. Adicionalmente, la mayoría de las personas se ofende cuando sus perlas de sabiduría no son bien recibidas o son ignoradas por el receptáculo de sus consejos. 

En el capítulo 3 versículo 25 de la biblia del gerente moderno, introducen el tema de como dar el feedback. Evidentemente, no es lo mismo decirle a una persona: "y no has pensado que quizás si lo haces de esta manera..." que "es que lo que estás haciendo es una estupidez". Aunque efectivamente, lo que esa persona esté haciendo sea una estupidez. El nivel de agresividad de nuestros consejos suele influir en como son recibidos. 

Tengo amigos que son los clásicos Libros Gordos de Petete: todo lo saben, y lo que no saben, lo inventan. Más de una vez me vi en una situación comprometedora por estar siguiendo consejos de este tipo de personas. Hay que tener cuidado con la gente que tiene respuestas para todos los temas: a menos que sea una reencarnación confirmada de Leonardo Davinci, con código y todo, no me fío de los toderos. También conozco gente que funciona como la nueva cámara de Sony: apenas detectan una sonrisa disparan un consejo. Hasta que no te borran la maldita sonrisa de la cara no se quedan tranquilos. Algunos tratan de ser empáticos, y aconsejan con cara de tragedia y tonito condescendiente (a esos lo que me provoca es partirles la cara). De más está decir que a este tipo de retroalimentadores compulsivos no les presto la menor atención, y me limitó a decirles que si a todo. Ni siquiera pierdo el tiempo llevándoles la contraria. En lenguaje teenager: yeahyeahyeahwhatever.

Otro caso digno de estudio es el del feedback solicitado. Yo me la paso en eso, dada mi manía de incursionar en campos que no son los míos. Sin embargo, hay que tener cuidado también con esta rama de la ciencia: así como hay personas que son incapaces de decirte que lo que hiciste está de terror para no herir tus sentimientos, hay otras que se sientan, se suenan los nudillos, imprimen lo que enviaste, y proceden a analizar con lupa y microscopio cada pulgada, y luego te pasan un reporte detallado con índice, bibliografía y marco teórico. Luego uno se ve en el compromiso de imprimir 90 hojas tamaño carta en la oficina, y de pasarse un par de horas con un resaltador y un marcadorcito rojo resaltando los puntos importantes para desglosar por temas y áreas antes de seguir trabajando. Afortunadamente en mi oficina está prohibido malgastar papel, así que después del tercer párrafo dejo de leer porque me mareo. Por suerte quedan algunas personas con capacidad de entregar un reporte concreto, objetivo y general, que es lo que uno usualmente está buscando.

Yo particularmente detesto que me den consejos que no estoy solicitando. La única forma de que yo acepte y siga un consejo que no pedí, es que la persona que me lo está dando sea mucho mejor que yo en ese tema. Mejor, como en Profesional. O como en muy viejo. O como muy experimentado. Un consejo de viajes de una persona que nunca en su vida ha viajado, se entiende que después de la segunda palabra lo que escucho es una especie de estática: mi cerebro interviene inmediatamente y corta las comunicaciones. Si aparece la mirada vacuna en medio de un consejo, significa que mi cerebro se aburrió y se fue a un lugar mejor.

En el Cantar de los Cantares del Gerente Moderno, se resume el tema del feedback de la siguiente manera: 
- Evite dar un feedback negativo no solicitado. Si siente que es imprescindible, entonces aborde el tema en un momento apropiado, y si es un tema delicado, preferiblemente de manera privada y cara a cara.
- Siempre proporcione feedback positivo.
- Solicite feedback siempre que pueda. Es la forma más rápida para mejorar.
- Cuando le haga un feedback a otra persona que se lo está solicitando, procure utilizar un lenguaje apropiado, e incluya los aspectos positivos y los negativos en su feedback.

Siguiendo estos cuatro pasos básicos y simples, es bastante factible que los consejos no se queden huérfanos dando vueltas por ahí. Aunque hay algunas personas que si los siguen, van a desaprovechar sus extraordinarias dotes lingüisticas que tanto uso le dan. Quien sabe: tal vez si se callan un rato y dejan de ver lo que los demás están haciendo mal, empiecen a revisar sus propias vidas.

martes, 20 de mayo de 2008

Yo quiero mi llaverito

En épocas como esta, el planteamiento de la emigración parece inevitable. Las alternativas son cada vez menos para los ciudadanos de a pie, para los que no tienen afiliación política con el partido de gobierno, y para los que todavía tienen ciertos escrúpulos. Ganarse la vida como Dios manda se ha vuelto, por lo menos, escabroso.
Sin embargo, una y otra vez escucho la misma respuesta cuando la interrogante (irse?) surge en las conversaciones. "A mi me está yendo muy bien". Seguido de una larga explicación de lo interesante y conmovedor que es el trabajo de esa persona, y de un recuento de sus posesiones.
No dudo que haya gente a la que todavía le esté yendo bien, y supongo que a algunas personas les seguirá yendo bien, en una medida inversamente proporcional a la cantidad de escrúpulos que tengan, pero pienso que hay otros factores a considerar cuando se decide el futuro de una familia.
Tengo un amigo que bajó este fin de semana para La Guaira. Venía en su canal, tranquilo, en su camioneta, con todos sus papeles en regla. Un guardia nacional lo paró en una alcabala, y antes de que mi amigo se bajara del carro, le indicó que su vehículo era "sospechoso". Abrió el capó y le dijo que el serial era dudoso y que tenía que dejarle el carro para "averiguaciones". Esto implica que el carro tiene que pasar por varios entes gubernamentales, lo cual puede tardar entre 4 y 6 meses, y que le quedará con un expediente abierto que le dificultará la venta más adelante. Eso, o darle 10 millones de bolívares al guardia. Es totalmente irrelevante si los seriales son adulterados o no, aunque según la inspección que le hizo cuando lo compró, el carro debería estar bien.
Cuando esta persona narra su drama, recibe respuestas como estas: "Bueno, quien te manda a tener una camioneta". "Te vieron cara de niño rico y por eso te agarraron". "Quien te manda a tener una camioneta y a no tener real para mantenerla".
Hagamos una pausa y un minuto de silencio por la muerte de los derechos individuales.
Hay algo que los venezolanos parecemos haber olvidado hace mucho tiempo: cada quien tiene derecho a gastarse su dinero como le de la gana. Mientras esté enmarcado dentro de la ley, cada individuo tiene la potestad de decidir si agarra sus reales y los entierra en el jardín, los quema o los convierte en una floreciente industria de gnomos hidropónicos. ¿Cómo esto puede ponerse en duda? ¿Estamos tan acostumbrados a que nos digan qué hacer que ya renunciamos definitivamente a ese derecho y nos entregamos? A veces siento que me tomaron mi bandera y que no hay nadie preocupado por recuperarla: todo el equipo está criticando a Radonski y a Leopoldo y nadie está pendiente de ver qué está haciendo el equipo contrario.
Más escandaloso aún me parece el hecho de que los gastos de soborno y extorsión se incluyan de manera natural en el mantenimiento del vehículo. Tengo que reconocer que es la posición más sabia, una especie de seguro bolivariano. Sin embargo, me parece una locura tener que acostumbrarme a vivir de esta forma. No existe ninguna cantidad de dinero que me proteja contra el vacío absoluto de leyes, y contra la arbitrariedad de los que se encuentran en el poder en este momento. Me siento absolutamente expuesta e indefensa, totalmente a la merced de cualquiera que pase por la calle y se antoje de mi o de mis cosas. "Tengo que vender ese terreno, me lo van a invadir o me lo van a expropiar". "El tipo me chocó por detrás pero no me paré porque me dió miedo". "No me han entregado mi cédula porque no hay material, pero igual tuve que sobornar al policía". "El tipo compró un juez y salió la sentencia a su favor aunque legalmente debía ser para mi, así que yo tuve que buscar uno más arriba, ya me la están revirtiendo. Eso sí: me salió más caro".
Forrest Gump dice: "shit happens". Yo se a ciencia cierta que a mí me pasa a cada rato. Puedo presumir que es cuestión de tiempo antes de que me llegue mi hora. Algún día vengo tranquila por la autopista, y me cambio de canal, y de la nada aparece un motorizado (de esos que ahora son legales que circulen entre los carros a toda velocidad en la autopista), y me lo llevo, y aunque no haya sido mi culpa, me desgracié la vida. Si no me linchan en la autopista los camaradas del muerto, voy a tener que vender mi alma para pagarle indemnización hasta al perro del tipo. ¿Quien me va a defender? ¿Quien me va a ayudar? ¿Quien en su sano juicio se va a parar en el medio de un desnalgue de cuarenta motorizados que están golpeando a una desconocida para ayudarla?
Es de conocimiento de todos que tener una camioneta en este país es una promesa. La promesa de una pistola incrustada en el huequito del cerebelo. Entonces, ¿no me puedo comprar una camioneta? O, ¿me compro una camioneta y reto las estadísticas? Aunque será que la compre usada y me arriesgue a que me vendan una camioneta chimba con los seriales adulterados, porque nueva no la voy a conseguir, a menos que le pase una comisioncilla a un vendedor para que me colee en la larguísima lista de espera. Recuerdo que antaño la gente se bañaba y se perfumaba, iba a un concesionario, y un vendedor se desvivía mostrando los vehículos, tratando de convencer al cliente de que esa marca era la mejor, de que ese automóvil es excelente, de que ese color es precioso, pero si no le gusta aquí tengo la carta, puede escoger. Y uno decía: neh, y se iba a otro concesionario porque "allá me ofrecieron unas alfombras más bonitas y un llaverito".
Ya ese derecho de escoger el color o la marca, o incluso el momento en el que se adquiere un vehículo se ha vuelto irrelevante cuando se contrasta con la inseguridad en la que vivimos. La violencia de nuestra realidad es incuestionable, basta abrir el periódico o conversar con cualquier persona para enterarse de cosas tristísimas, y aunque bien es cierto que estas cosas han pasado siempre, es importante aceptar que nunca han pasado con tanta frecuencia, intensidad e impunidad como ahora.
Emigrar no es para todos. Hay que ser muy fuerte para mudarse de país con cierto éxito. Sin embargo, dadas las condiciones actuales, yo considero que emigrar requiere menor fortaleza moral que permanecer aquí.

martes, 6 de mayo de 2008

Venezuela: el país de las pequeñas Alegrías

Vamos. No todo es tan negro, no todo es tan malo. No seamos exagerados y pesimistas. Este es un país que todavía tiene mucho que ofrecer! Los venezolanos, alegres y dicharacheros, siempre conseguimos la manera de buscarle el lado bueno a la situación, siempre andamos buscándole el queso a la tostada. Así sea una untadita de Cheeze Weez, se lo encontramos.

Seguramente en el último año, después del terrible recuento de un robo a algún conocido, usted habrá escuchado (o dicho!) la siguiente frase:
"Bueno, gracias a Dios que no te pasó mas nada!"
Y todos quedan muy satisfechos porque a la persona en cuestión le robaron sus pertenencias, durante unos momentos muy estresantes y peligrosos, pero "corrió con la suerte" de que el malhechor no era muy creativo y de que no terminó decorando el estar de alguna casa envuelto en Envoplast. 

Muchas veces, esa misma persona que fue víctima del hampa, cuya vida peligró, y cuyas pertenencias perdió sin remedio, tiene que sufrir fuertes recriminaciones de sus allegados, quienes invariablemente descubren una falla en su sistema de seguridad personal, y terminan echándole la culpa de su robo: "Bueno pero quien te manda a andar por esa zona a esa hora". (yo misma le dije eso a mi pobre esposo una vez, refiriéndome a Plaza Venezuela a las 2 de la tarde, por lo cual me disculpo). O: "Tú no sabes que en la cola no se puede andar hablando por celular? Y menos ese coroto que tienes tú, que es un imán para los choros!"

Recientemente, gente cercana a mis amigos han sido víctimas de la nueva plaga nacional: el secuestro. Express o Auto-Mac, la respuesta de todos los que escuchan la cruenta historia (una vez recuperada la pobre alma) es la misma: "Gracias a Dios que no te lo mataron". Y la mejor: "Menos mal que los choros eran panas, hasta me dieron unos tips".

En nuestro afán de verle el lado bueno a todo, no nos detenemos ahí. Yo he observado que la gente a mi alrededor, y para qué negarlo, yo misma, nos estamos alegrando por las cosas más pírricas que se nos pueden ocurrir. Si un día no nos encontramos la horrorosa cola de siempre, llegamos sonrientes a nuestro destino: "Que bien! No me agarró casi cola! En vez de tardarme una hora y media me tardé solo 45 minutos en recorrer los 6 kilómetros!". Si vamos al supermercado y conseguimos leche, es un éxito rotundo! Yo me emocioné el otro día al borde de las lágrimas porque conseguí Leche Líquida Descremada, cosa que no había visto en un año. Llegué a mi casa a comer cereal a las 3 de la tarde, solo porque podía. Aunque mi emoción fue nublada por una señora que apareció de la nada (todavía no estoy segura si brotó del suelo o saltó por encima de la nevera de los quesos),  y miró mi carrito con ojos desorbitados, chirriando entre dientes "Donde conseguiste eso?", señalando mis dos tristes litricos con un dedo torcido y arrugado, con un anillo enorme y feísimo colgando de un lado. Tímidamente, le señalé un anaquel vacío: "Allá, pero eran los únicos que estaban...". La señora miró nuevamente mi leche y luego me dirigió una mirada caculadora y fría que me hizo tragar seco. "Eran los últimos que habían.... ay mijita.... tu si tienes suerte"....  Lo cual me estresó más todavía, así que empujé mi carrito, y cuando estaba como a un metro de ella, le dije: "Si, verdad? Tengo muchísima suerte. Hace un año que no tomo leche." Y me alejé, casi corriendo. (De más está decir que luego no podía alejarme de mi carrito ni un metro, y al final hasta me apresuré en pagar por si acaso.)

Nuestro optimismo es tal, que incluso sentimos una gratitud enorme cuando nos atienden bien en un restaurant o en una tienda. Este es el único país en el cual la fidelidad de los clientes se logra solo con no insultarlos. Yo he llegado incluso a tratar de reforzar esta actitud: cada vez que alguien me atiende bien, le digo unas 4 o 5 veces: "Muchísimas gracias, muy amable". Afortunadamente esto no me pasa casi nunca, no tengo madera de docente. Y si es un mesonero y me trata con cierta cordialidad, aunque no me sonría, y me trae lo que pedí en un tiempo más o menos razonable, le dejo una propina hermosa. Para todo el que haya puesto un pie en un local comercial en Caracas, está clarísimo que esta situación es, en el mejor de los casos, rara, así que no me preocupo por mis finanzas.

Un caso que encuentro frecuente y curioso, es la reacción de la gente a los sucesos políticos del país. Nos montan un control de cambio, y la gente agradece que "por lo menos tenemos los 3000 dólares". Nos quitan 2600 para financiar sus desastres providenciales, y la gente dice "bueno, pero por lo menos dejaron algo". Tenemos 10 años agonizando en la más pura miseria, pero "qué alegría tan grande que no nos oficializaron comunistas en la reforma". Cierran las fábricas y las fronteras, pero "por lo menos no han cerrado Globovisión". 

Es oficial: hay que agregar a la larguísima lista de virtudes neo-modernistas del venezolano, esta nueva característica optimizadora del caos, que nos permite seguir viendo la vida amarillita y brillante, como siempre.

No ha pasado nada, que no cunda el pánico. Esto todavía no es una dictadura. Este muérgano quiere llevarnos a un comunismo, pero no lo va a lograr. No-lo-vamos-a-dejar.