miércoles, 23 de abril de 2008

La Fugitiva

Durante los gloriosos y olvidados meses del pico y placa, yo salía a las 07:10 de la mañana de mi casa, y llegaba en 20 minutos a mi oficina. Antes de esta iniciativa, yo me tardaba entre una hora y una hora y cuarto en llegar. Cabe acotar que sin absolutamente nada de tráfico, de mi casa al trabajo se llega en unos 8 minutos.


En el período que estuvo vigente el pico y placa yo estaba de acuerdo con su implementación, pero con el pasar de los días, cambié de opinión. Ahora pienso que fue una crueldad permitir que nos diéramos cuenta de que había vida afuera del carro. Hubiera preferido no saberlo.


La estrategia del gobierno es clara y evidente. Nos dan millones de vehículos y no hacen nuevas vías para colapsar la ciudad. Ponen control de precios y de cambios y destruyen la industria para que haya escasez de alimentos. Nos cambian la cédula, el pasaporte, la licencia, y hasta las amalgamas para que tengamos que sacar toda la documentación de nuevo. Hacen elecciones cada seis meses. La estratagema es obvia: todos pasamos tanto rato metidos en una cola que no nos queda energía, ganas o tiempo de patalear por nada. ¿Nos quitan los dólares de Cadivi? Ok. ¿Vamos a la guerra con Colombia? Bueno... ¿Van a cambiar el sistema educativo? Ni modo. ¿Que subieron las tasas de interés? Déjame ver si llego al mercado antes de que me lo cierren y luego sacamos cuentas. ¿Que llegó la leche al Excelsior? Corran todos a hacer la cola mientras yo busco los potes!!!


Sincérese. Hoy en día es imposible salir de la casa sin terminar en algún momento del día parado en una cola desesperante, de esas que llega un momento en que nos provoca ahorcarnos guindando una cuerdita del agarracagao. Todo está colapsado. No nos limitemos a pensar en la cola que recubre las calles de la ciudad como una culebra metálica infiernal. Hay cola para comer. En el banco. Para entrar al estacionamiento de cualquier centro comercial. Para comprar las chucherías en el cine. Para salir del cine. Hay días en los que la cola comienza en la puerta de mi urbanización, y termina en la puerta de urbanización: como que le da la vuelta a la ciudad conmigo. Como para acompañarme, no sea que me sienta solita.


El otro día salí de mi casa a las 6:45 am, pensando que iba a llegar bien tempranito al trabajo para comerme una rica arepita de carne mechada. Todo iba bien, pero en los caminos verdes de los caminos verdes el tráfico estaba como más lento de lo normal. Yo venía escuchando un Audiobook, mi última nota antiestrés (sumamente complicado lo de manejar a 10 kmh leyendo), así que no venía escuchando la radio. Por lo tanto, me pareció que había bastante cola, un poco más fuerte de lo normal, pero más nada. Pasan los capítulos del libro y yo como que cada vez me movía más lento. A las 8 de la mañana ya estaba llamando por teléfono a todo el mundo, y le daba desesperada a la radio para tratar de averiguar qué había pasado. A las 8 y media más o menos me informan que Un Policía Suelto en Baruta aparentemente se cayó a tiros con los Soprano en alguna parte de Caracas, y por esta razón las entradas y salidas de Las Mercedes estaban trancadas. O que un avión se estrelló en la autopista. O que un policía de Baruta le cayó a tiros a un avión. O algo así.
Bueno, pensé, ni modo, tengo que llegar a la oficina, eventualmente levantarán el problema y esto avanzará. Y seguí escuchando mi Audiobook. Lo malo es que no tenía suficientes capítulos para tanto vidrio que recoger, así que tuve que cambiar de estrategia y me puse a ver los podcasts que tenía guardados en mi maravilloso aparatito anti-tranca. Mientras veía un videito de esos de gente que se tropieza y se cae y me reía a carcajadas (como mala gente que soy, me encantan), una muchacha en una camionetita roja me miraba con profundo odio, y estiraba la cabeza tratando de ver qué tenía en las manos. Cuando avancé un poco entendí su cara: con ella venía un bebé de unos dos años gritando como un demente y golpeando el tablero con un juguete. Cuando se me acabaron los videos, pasé al siguiente nivel, y me puse a jugar los pocos jueguitos tontos que tengo guardados. Nota mental: bajar más videos y más juegos. Luego empecé a leerme otro cuento de Poe, pero para ser franca, ya en ese punto la desesperación había alcanzado un pico en la gráfica. Casi le cambio el aparatito a la chica por el bebé: una mascota fastidiosa por un ratico, para distraerme. Pero no lo hice, sobre todo por temor a que me dejara al bebé y se llevara mi aparatico para siempre. En este punto, era como si alguien me estuviera clavando una hojilla en la pituitaria. Tenía hambre, tenía sed, tenía calor, y tenía ganas de ir al baño. Y principalmente, tenía 4 horas tratando de llegar a mi trabajo, que está a 8 minutos de mi casa.


En ese punto, me arranqué la hojilla de un tirón, llamé a mi oficina, anuncié que me iba para mi casa y que nos veíamos "cuando baje la cola, no se cuando", y casi picando cauchos arranqué en sentido contrario, para encontrarme casi inmediatamente con una doñita de esas que no tienen horario a 20 kilómetros por hora, paseandito por la ciudad. Casi la mato, a la doñita.


La siguiente semana, todavía un poco traumatizada, salí de mi casa un poco más temprano que lo normal, por si acaso, y dos horas más tarde llegaba a mi trabajo. Llegué arrastrándome y de mal humor, con ganas de insultar a todo el que no había pasado dos horas en el carro.



Me dediqué entonces a analizar la situación. Tomé notas en un cuadernito, registré tiempos, horarios, número de idiotas por segundo en la vía, rutas alternativas, y al final obtuve la siguiente gráfica:


De la cual se deriva que evidentemente, estoy frita.


Finalmente, decidí que lo más prudente es salir antes que el bululú. Sin embargo, la amenaza está siempre latente, ya que un retraso de 10 minutos puede implicar el retorno de la hojilla en la pituitaria (ver gráfica). Por lo tanto, aunque salgo a las 6 de la mañana, voy como alma que lleva el diablo, huyendo de la cola. Y a las 5 pm me voy de mi oficina disparada, al mejor estilo de funcionario de la cuarta (porque los de la quinta se van al mediodía, no nos engañemos), huyendo de la cola de las cinco, tocándole la corneta a cuanto paseante ose atravesarse en mi camino.


Total que ahora llevo una vida de película, y me siento como Harrison Ford, y al igual que él, vivo escapándome de una condena por un crimen que no cometí.

martes, 22 de abril de 2008

La lección de Roxanita (o Como plantar una Bomba)

Siguiendo el último trend literario, hoy voy a hablar de Facebook.
Enfrentémoslo: estamos enviciados. Facebook pasó de ser "otra página más de amiguitos" a "Home". Es un vicio más sano que ver noticias de política, por lo menos: nunca se me han puesto coloradas las orejas porque fulanito agregó a sutanito, o porque el otro se salió de un grupo, o porque alguien me envió una aplicación ofensivamente cursi.
Sin embargo, los detractores de todo ya están sacando sus armas y apuntándolas directamente a la cabecita de la F. Las madres se reunen en los colegios con los profesores, preocupadísimas. Los filósofos despescuezan la tecnología en contundentes columnas en los periódicos. Los bloggers establecen impresionantes posturas morales al respecto. El gobierno nos amenaza con cataclismos imperiales y con la muerte debajo de una montaña enorme de publicidad. Los perdedores que no tienen ni una foto decente, ni un amigo que agregar, ni un perro que exhibir, se desgarran las vestiduras orgullosos de no ser como los demás.
Las críticas que he escuchado hasta ahora giran principalmente alrededor de la seguridad personal, lo cual encuentro tremendamente irónico. En un país donde nadie sabe cuantos muertos hay en un día, pero que todos saben que son muchísimos, en donde no existen las leyes, y por lo tanto los ciudadanos no tienen ningún tipo de protección, y en donde nuestra información personal se encuentra por 5 bolívares en un quemadito de manos de cualquier buhonero, pensar que el verdadero peligro se encuentra en esa página es absurdo. Adicionalmente, invertir energía en combatirla, en vez de atacar las políticas que nos están destruyendo como sociedad, o en defender nuestros propios derechos humanos, es una barbaridad.
He escuchado de todo: que los secuestradores tienen acceso a demasiada información personal, que los ladrones van a saber cuantos televisores hay en tu casa, que las malignas corporaciones van a venir a obligarnos a comprar miles de estupideces que no necesitamos.
La verdad es la siguiente: si usted ha sido marcado por un secuestrador, ese individuo no va a crear un perfil de Facebook y a hacerse pasar por amigo suyo y a meterse en los mismos grupos de usted para poder ver sus foticos y su dirección de correo. El ya sabe cuantos vehículos hay en su casa, cual es su horario de trabajo, a qué gimnasio va su pareja, quienes son los amiguitos de sus hijos, y cuantas veces su perro ha tratado de tragarse al gato del vecino. Sabe de cuanto dinero dispone en líquido, cuanto tiene en el exterior, y cual es su capacidad de endeudamiento (esto incluye préstamos de los amigos y familiares). También sabe cuanto tiempo requiere para que usted o su familia reunan la cantidad solicitada. Y no va a variar su target dependiendo de cuantos panitas tiene en su cuenta, ni de qué tan rumbero es. Tampoco espere recibir un test de los malandros locales ("¿Qué clase de Víctima eres? Llorón? Suplicante? Agresivo?") antes de ser despojado de su carro tres tiros de por medio.
Otro argumento que encuentro vacío es el del ataque publicitario: "Facebook te quita tu información (!?) y te pone en una base de datos (!?) que va a ser repartida entre las MegaCorporacionesDiabólicas para... hacerte comprar cosas!". Si, esa base de datos se llama Internet, y existe desde hace un montón de años. Si la publicidad lo afecta tanto que llega al punto de perder su libre albedrío, entonces realmente no me interesa su opinión: es usted un bobo. Si no quiere ver publicidad, múdese de siglo.
El tercer argumento más sonado es la invasión a la privacidad, ya que todo el mundo publica fotos e información tanto propia como ajena, que a veces no les corresponde divulgar. Facebook es una herramienta de gestión de chismes (el SAP de los chismes!!!), y realmente para eso sirve y para eso debe ser usado: para averiguarle la vida a los demás, sea con buena, regular o mala intención. Este movimiento facebooksiano, si algo ha hecho, es evidenciar la poca privacidad que existe en la actualidad. El sistema que desarrollaron es rápido, conciso y se retroalimenta. Antes los chismes se propagaban a través de llamadas telefónicas, e-mails, fotos y mensajitos, ahora, existe una herramienta adecuada para esto.
Las madres preocupadas lo que realmente temen es que los niñitos vayan a poner fotos o videos "inadecuados" en internet, y que se revele alguno que otro secretillo familiar que no debe salir nunca a la luz pública (estados previos de gordura, arrugas matutinas, una que otra peíta).
El uso y abuso de esta herramienta no se puede atribuir a nadie sino al usuario. El ejemplo de internet es perfecto para demostrarlo: ver pornografía en internet no es obligatorio (contrario a lo que muchos hombres argumentan), es opcional. En consecuencia, cuando alguien sube fotos inapropiadas de otra persona, o hace un comentario inadecuado, ese individuo es responsable de su decisión, no la página.
Finalmente, un consejo: si usted no quiere que le publiquen fotos y videos vergonzosos en internet, si usted no quiere estar de boca en boca, si usted quiere aparentar ser un ciudadano de primera, entonces séalo. No haga cosas vergonzosas en público, sea decente, ético y honesto, y probablemente no se cruzará con sorpresas desagradables. Su alternativa es no serlo, pero entonces asúmalo y no se queje porque su fachada fue descubierta.
Aprendamos del novio de Roxanita.

lunes, 21 de abril de 2008

The Monopoly Guy

La semana pasada necesité comprar un antibiótico en la farmacia. Cerca de mi trabajo hay dos alternativas: Farma y Farmatodo. Por costumbre, ya que los precios son iguales, me dirigí a Farmatodo con mi récipe y mi monedero. (Farmatodo es una cadena enorme de farmacias, que ha ido monopolizando el mercado hasta dejarnos casi sin alternativas. Las opciones son las dos mencionadas y Locatel, pero Farma tiene como 5farmacias, y Locatel 3. Las otras 124 son de Farmatodo).
Tomo mi número y veo la pantalla: faltan 5 personas para que me atiendan. Automáticamente me acerco al stand de maquillaje, el cual está estratégicamente colocado cerca del área de farmacia. Rara vez salgo de ese local sin haber comprado un montón de estupideces que no necesito: está diseñado para que eso pase. Una pinturita me llama la atención y me visualizo comprándola en rosado. Volteo un par para ver bien el color, sin sacarlas del stand (porque luego es un fastidio volverlas a meter), pero todas son rojas. Escucho el pi-rú que llama al siguiente número y me acerco.
Cuando estoy pagando en la caja, se acerca una de estas muchachitas que siempre están en el pasillo del maquillaje, con su uniforme usado y lavado diez mil veces, un pegoste de rímel barato en las pestañas, y la mirada de resentimiento que suele acompañar a las muchachitas medio boniticas que tienen que trabajar. La chica me toca el hombro con el dedo índice estiradísimo, dos veces. Yo la miro de reojo, y me dice: "¿Donde pusistesss la pintura que agarrastesss de allá?". Aún de reojo, le digo, con una mueca en la cara, que no tomé ninguna pintura, que debe estar donde ella dice. El dedito estiradísimo vuelve a incrustárseme en el hombro, y en un giro de 90 grados la confronto: "si, dime". La chica me dice: "Yo te vi cuando agarrastesss la pintura y te la metistesss dentro de la manga de la chaqueta".
Inmediatamente sentí ese familiar calorcito nacional que subió por mi garganta hasta mis orejas, y viendo rojo, me quité la chaqueta y se la tiré en el pecho. En el mismo movimiento metí mis manos en los bolsillos de mi falda y los volteé, y le dije: "Si eso es así, entonces busca la pintura tu misma. O prefieres raquetearme? Quieres que ponga mis manos contra la pared? Revisa la chaqueta y agarra la pintura si estás tan segura." Ella puso la chaqueta sobre el mostrador y se fue sin decir nada a la misma esquina en la que ha estado de pie desde hace bastante tiempo. Terminé de pagar, y tratando de controlar la furia y la indignación, le dije a la cajera que por favor me llamara al gerente de la tienda. La chica levantó un teléfono todo sucio y golpeado y habló con alguien. Me indicó que por favor esperara un momento, que ya el gerente venía a atenderme. Cinco minutos pasaron, en los cuales mi estado de ánimo no había hecho sino empeorar, y volví a acercarme a la chica: "¿podrías por favor indicarle al gerente que lo estoy esperando?", a lo que me respondió que el señor estaba viendo el video. Pensé que muy bien, que viera el video, así sería más fácil poner en su sitio a la dependienta frustrada de la esquina.
Finalmente baja el gerente. Un tipo cuarentón, simple y desabrido, de aire enfermizo, con ojeras azuladas y mirada poco inteligente. Vestía también uniforme del local, pero con Mangas Largas. Su aspecto me recordó al del muñequito del Monopolio. Su uniforme también había sido lavado diez mil veces. Me miró con odio y resentimiento, lo cual me hizo preguntarme si no sería familia de la de la esquina, y me lazó un sorpresivo: "entonces, ¿como hacemos?". Con los ojos muy abiertos, en una mueca de incredulidad, le dije que eso mismo me preguntaba yo, pues lo que estaba esperando era una disculpa de parte del personal de esa tienda. El hombrecillo me contesta que vió el video, y que el video se veía claramente que yo tomaba la pintura y la llevaba conmigo hasta la caja, pero que de ahí en adelante no se veía más nada y que por lo tanto él no sabía donde había puesto la pintura.

Analicemos mi situación:
1. El gerente de la tienda me está mintiendo, ya que me dice que vió algo que no pasó.
2. Lo que dice el gerente que vió no coincide con lo que vió Miss Esquina.
3. Yo no he salido de la tienda, así que técnicamente no me he robado nada. Si lo que dice Miss Esquina es cierto, tienen dos opciones: o me dejan salir para que active la alarma de la tienda, o me retienen y llaman a la policía para que me revise. Si lo que dice Monopoly Guy es cierto, entonces existe la posibilidad de que me haya arrepentido en el camino y haya dejado la pintura por ahí, o que de verdad esté tratando de robármela, para lo cual tiene las mismas opciones mencionadas anteriormente.

Sin embargo, lejos de llamar a la policía, o de verificar algo, o de tratar de mejorar la situación de alguna manera, el hombrecillo me seguía mirando con odio, mientras yo me debatía entre brincarle encima y enterrarle un cepillo entre los dos ojos, o meterle todas las pinturas de labio por el trasero.

Finalmente, decidí que la batalla estaba perdida, porque cualquier cosa que le dijera a este indiviuo era en vano: me iba a mentir. Por otro lado, decidí que no había ninguna razón por la cual yo me tuviera que defender, ni me sentí obligada a demostrar mi inocencia, mi honestidad y mi honor delante de extraños que me acusaron sin pruebas y que mintieron: realmente dudo que sepan el significado de esas palabras.

Después de unos segundos de observarlo con los ojos entrecerrados, le dije: "Yo tengo cinco años trabajando cerca de aquí, y siempre he comprado todas mis medicinas en esta sucursal. Esta es la última vez en mi vida que piso esta maldita tienda. Y le puedo apostar que ni mi esposo, ni mis padres, ni mi hermana van a volver aquí. Y de la gente que trabaja conmigo, le garantizo que después de que yo les cuente la forma como me trataron, habrán varios que no van a volver tampoco."

Esta dupla peligrosísima del Monopoly Guy y Miss Corner es más frecuente de lo que podemos imaginar. Este tipo de gente es el que puede destruir la imagen y la clientela de un negocio. Y eventualmente, de un país.

miércoles, 9 de abril de 2008

El flamingo mayamero

Muchos problemas, llamadas, correos, más problemas, ninguna solución, y de pronto suena un pitico.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Todos levantamos la mirada de nuestros monitores, a la izquierda, a la derecha. Las miradas se encuentran, pero nadie sabe de donde proviene.
El pitico se calla. Pasan unos segundos, y de nuevo: piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Mi ceja izquierda se levanta sola, sin yo darle ninguna orden. Miro a mi alrededor, y nadie se da por enterado. El pitico suena como una tetera lista para servir té hirviendo. O como para volver loco a cualquier perro. Se mete hasta el hipotálamo, taladra entre mis ojos. Mis oídos chillan desesperados, mi cerebro vibra dentro de mi caja craneana. Uno de mis ojos comienza a vibrar al ritmo de un tic nervioso del párpado.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Por cuarta, quinta vez.
Me levanto y busco la fuente del sonido, esperando encontrar alguna alarma contra incendios activada, y descubro que lo que está sonando es el teléfono de mi vecino de escritorio. Con un ataque de histeria controlado, aprieto cualquier botón para que deje de sonar, abro una de las gavetas de su escritorio, y lo lanzo dentro, con la fuerza mínima para probar mi punto sin destrozar el aparatico.

A los 10 segundos llega mi vecino de puesto y busca su teléfono por todas partes. Al no encontrarlo, se disgusta, y pregunta por su aparatico infernal. Con la ceja izquierda aún levantada, le digo que revise su gaveta. Y le sugiero que si no quiere saber como suena una tetera bajo el agua, que busque un ring-tone más agradable, o que cargue su teléfono encima cuando se vaya a pasillear por la oficina. Mi vecino arma un berrinche, argumentando que no hay ring-tone que nos agrade a todos.

Excelente argumento. Siempre y cuando no tomemos en cuenta que sus ring-tones anteriores fueron tres reagettones, un perro bipolar ladrando, el intro del Chavo del Ocho, y las campanitas desaforadas de los heladeros de Efe de los ochenta. Todos en el máximo volúmen del celular, en un estado de abandono total sobre el escritorio, sonando 120 veces al día mientras el dueño se pasea muy lejos de la cacofonía móvil que se produce en su puesto.

Acotemos que este vecino no es el único que suele practicar este deporte. Las niñas de telemárketing, al otro lado de mi vidrio, suelen obviar el atorrante riiiinriiiiiin de sus auriculares durante muchísmos minutos. Los chicos más allá suelen subir el repique a sus teléfonos fijos para poder conversar en otros escritorios, y estar simultáneamente atentos a cualquier llamada de la jefa.

Siento un tirón en mi ceja izquierda. El músculo está tenso y ya no lo puedo devolver a su posición original, al menos por un buen rato. Mi ceja derecha comienza a vibrar, lo cual normalmente es señal de problemas. Sin pensarlo mucho, me pongo de pie, con una mano en la cintura, el pie derecho en el suelo y el izquierdo recogido sobre la silla, como un flamenco mayamero, y lo miro con absoluto desprecio, mientras el vecino sigue argumentando: "no hay ningún tono que les guste!".

Miro mi monitor, llenito de quejas de mis clientes producto de las magníficas decisiones de mi gobierno local, y lo vuelvo a mirar a él, con la cejita izquierda más arqueada que nunca, y le digo: "si lo que necesitas es un aparato que reciba mensajes, entonces ponlo en el volumen mínimo o lo pones a vibrar. Si necesitas hablar con tus clientes, entonces CARGALO ENCIMA".

El enano siniestro se me queda viendo con odio, y empieza a protestar porque la semana pasada alguien le puso una cuchara usada sobre su mesa. Lo miro con impaciencia, lo interrumpo en medio de su absurdo argumento, y le digo: "mira, yo estoy de acuerdo contigo que la cuchara sobre tu escritorio es una falta de respeto, y por eso mismo, tú sabes que es una falta de respeto que dejes tu celular en el máximo volumen sonando sobre tu escritorio".

La ceja izquierda, casi a punto de estallar en mil pelos, lo amenza hasta el punto en que decide dejar la discusión hasta ahí. Es enano pero no bruto. Evidentemente intimidado, recoje sus quejas de minoría étnica hasta donde puede, pero le baja el volúmen al aparatico infernal.

Hoy, de camino a mi casa, me compré una magnífica mandarria, con el mango de madera. También compré un tobito.

Mañana voy a llegar como todos los días. Después de mi hora y veinte de cola (gracias a los hermanos Metelapata de la Lagunita que eliminaron el pico y placa), procederé a prender mi computadora, a sacar mi sanduchito, y a leer mi periódico mientras el día comienza. Pero esta vez, la presencia de un tobo de agua y una brillante mandarria ensombrecerán las aspiraciones de Latinoamerican Idol de todos los celulares que queden abandonados por ahí.


miércoles, 2 de abril de 2008

Libertad condicional (o bye bye El Muco)

Por estos días, siento que mi posesión más preciada es el tiempo. Cuando era niña escuché muchas veces decir que el tiempo es oro, pero la verdad es que nunca entendí muy bien esa expresión.
Ahora no me alcanza para nada. Increíble encontrar un par de horas para bloguear algo medianamente interesante, para jugar así sea solitario (ni hablar de algún morph y menos un shooter que requiera algo de destreza). Llego en la noche, converso un rato con mi media naranja, cenamos, doy tres vueltas por la casa y son las once, hay que dormir por que si no mañana no me levanta nadie. Llega el fin de semana, y lo que quiero es dormir. Pero luego no puedo porque tengo que hacer mil diligencias que no pude hacer en la semana... y cuando veo el reloj ya es domingo en la noche y se acabó el fin de semana, es lunes y todo vuelve a empezar... y ni siquiera puse un check-mark en mi ToDo List.

En mi mesa de noche hay 10 libros en cola agarrando polvo que me muero por leer. De un ladito de mi wii hay como 4 juegos que quiero jugar. El curso de francés lo saqué, busqué mi cuadernito sifri-chic, mis plumitas de colores (soy jevísima para esas cosas), lo puse todo al lado de la computadora, la prendí, abrí el messenger el facebook el correo youtube oldnavy amazon y hasta el blog de la rana René, y hasta ahí llegó la iniciativa. No terminé de decir voiture y ya era el día siguiente y estaba en la cola otra vez.
Sin embargo, recuerdo vívidamente que antes me daba tiempo para hacer muchísimas cosas que ahora ni sueño. Recuerdo conversar por horas con los amigos, con cerveza y tostoncitos, acerca de una inmensa variedad de temas, desde los más banales hasta los más idiotamente profundos. Recuerdo jugar mil veces algo hasta llegar a ser muy buena. (i.e. Mys-tsurugui), recuerdo leer treinta libros en un año, recuerdo ver todos los capítulos de Seinfeld y Friends, recuerdo dormir muchísimo, todo a la vez. Y además estudiar una barbaridad para eventualmente poder no-ejercer ingeniería.

Trato de estirar los minutos haciendo varias cosas a la vez. Veintiocho ventanas abiertas en la computadora de la oficina: haciendo un render mientras contesto un correo mientras reviso algo en el sistema mientras atiendo un cliente mientras organizo el inventario mientras me echo cremita en las manos. No es tan eficiente: usualmente termino olvidando lo que estaba haciendo en primer lugar y no lo vuelvo a recordar sino hasta que es demasido tarde. Como entrar en Farmatodo: todo sentido de propósito se desvanece y sales del local con un cortacutículas que no sabes usar, un multivitamínico para ficus (qué diablos es un ficus), un chicle y un sacapuntas. Y luego, cuando ya cerraron todas las farmacias, me recuerdo. "Ah, eso era lo que iba a comprar".

También he tratado de darle uso a las horas y horas que paso en la cola. He terminado considerando a mi carro como una extensión de mi casa: es simplemente otra habitación. Y como tal se consigue de todo ahí: zapatos, libros, agua, maquillaje. He estado pensando hasta en comprar una mascota para mi carro, pero no he concretado porque no termino de decidir cual. (Estoy decidiendo entre un rabipelado y un mono, pero mi perro no deja rabipelado vivo, y los monos suelen venir con una moto que no me convence). Ya tengo libros de lectura fácil para las colas lentas (tipo Kafka con letras grandotas, pero nada muy agresivo porque puede complicarse el asunto), y tengo audiobooks para las colas de rápida circulación. He de agregar que la primera parte de la cola la dedico a terminarme de vestir, y a maquillarme. Ultimamente estoy jugueteando con la idea de instalar una cocinita para almorzar comida casera en la oficina.

Antes, el día me daba para todo. Iba a clases, estudiaba, mataba tigres, hacía y vendía collares, visitaba a mis amigos, iba a fiestas, al cine, alquilaba kilómetros de películas en Yamín, terminaba todos los juegos de computadora, leía muchísimo, y todavía tenía tiempo para aburrirme.

Sin embargo, y siendo completamente honesta conmigo misma y librándome de todo cliché de serie norteamericana, los años universitarios tenían inherentes ciertas desventajas que una vez superadas, no cambio por nada.

Es cierto que en aquella época, el cuerpo daba para más: yo podía rumbear todo el fin de semana y el lunes amanecía como si nada. Ahora, si se me ocurre salir el viernes y el sábado, paso el domingo en tinieblas y estoy noqueada a las 9 de la noche. Y si se me ocurre inventar algo el domingo también, entonces el lunes viene la predecible llamada "estoy enferma". Y lo malo es que es verdad. Antes yo era mucho más paciente con la gente, y tenía muchísimos más amigos. Ahora casi todo el mundo me parece un poco idiota, y son pocos los amigos que tolero. Y de esos, muchos los aguanto en períodos cortos, muy cortos. Antes no me importaba quienes eran los miembros del gabinete de mi país, y ahora leo con angustia hasta los polls norteamericanos y defiendo apasionadamente a Zapatero porque Rajoi realmente no es de derecha derecha. Antes podía decir "bah, esas dos clases las recupero la semana que viene", e irme a la playa un martes ida por vuelta. Ahora, no.

Pero esa libertad no era gratis: de hecho me salía carísima, porque siempre andaba o sin dinero, o casi sin dinero. Lo cierto es que nunca me sobraba. Los platos se pedían viendo el lado derecho del menú. La comida para el viaje a la playa consistía principalmente en bebidas alcohólicas, sobre todo porque cuando terminábamos con esta sección ya no quedaba para lo demás, y bueno, existen prioridades. Si me desviaba un poquitico de mi presupuesto, tenía que ir donde fundapapá o tenía que buscar un crédito blando (pana, me prestas...?). Tenía una tarjeta de crédito, pero era una extensión de la de mi papá, y usar esa tarjeta era como vender una retina de mi hermanita: seguro que se daban cuenta, y seguro que me metía en problemas.

Al final, resultó que ser adulto contemporáneo no es tan malo. Cierto que se han burlado de mí porque en día de semana empiezo a bostezar a las nueve y media de la noche, y porque empiezo a cloquear como gallina buscando percha a golpe de once. Cierto que ahora el tiempo no me alcanza para nada. Cierto que ahora el ratón dura más.

Pero también es cierto que ahora puedo comprar el vodkita más caro, ese que no me da ratón.