miércoles, 19 de marzo de 2008

Ojos rojos

Esa noche soñó que estaba en el medio de una guerra. Enormes bolas de fuego caían a su alrededor, mientras corría desesperada buscando donde resguardarse. Cada vez que una de estas bolas golpeaba el piso, todo se estremecía. Habían otras personas, corriendo o arrastrándose por el suelo, que gemían y gruñían, y podía percibir sonidos metálicos entre los estallidos y los gritos de la gente. Era de noche, y la única iluminación provenía de las pilas de escombro en llamas que dejaban los misiles, así que no podia ver bien. La silueta extraña de un monstruo se dibujó contra las llamas. Alguien dijo, muy cerca de ella: "¿qué hay ahí? ¿qué estás viendo?". En respuesta a la voz, la silueta movió lo que parecía la cabeza en su dirección y ella se detuvo en seco, conteniendo la respiración: dos ojos rojos, redondos y pequeños refulgieron desde la figura, y saltaron violentamente en su dirección.
Se despertó súbitamente, asustada y rodeada de ruidos extraños. Totalmente a oscuras, y con las pupilas dilatadas, trató de entender donde estaba y qué estaba sucediendo a su alrededor. La cama se movía, y la tela que usaban para refugiarse de la horda de mosquitos estaba prensada por un lado, y por el otro se arremolinaba entre las sábanas. Podía sentir el olor a polvo y humedad de la tela en la cara. Todavía con las imágenes del fuego y la guerra en la mente, sintió el miedo subir velozmente por su garganta hasta las orejas, cosquilleandole el rostro en llamas. Aún sentada, puso las manos a ambos lados de su cuerpo y trató de concentrarse en los sonidos. Lo que percibió la aterró aún más: algo bufaba y gruñía muy cerca de ella, en su lado de la cama. Se movió bruscamente hacia la derecha, y chocó con las piernas de él. De pie sobre la cama, su esposo susurró, en tono alterado: "¿qué hay ahí?, ¿qué encontraste?" mientras luchaba con desesperación con la tela del mosquitero para apartarlo y alcanzar el interruptor de la luz, ubicado en la pared del frente de la cama, como a un metro de distancia. De pronto, lo que gruñía comenzó a escarbar el suelo, y sintieron el sonido moverse alrededor de la cama. Por un instante ambos se petrificaron, y el único sonido fue el de las uñas del animal golpeando sobre la cerámica. Ella finalmente comenzó a distinguir algunas siluetas en la oscuridad, pero estaba tan asustada que todo tenía un tono rojizo y difuso. De pronto, todo se puso blanco y le dolieron los ojos. Se cubrió la cara con una mano: él había atinado con el interruptor de la luz. Hubo unos momentos de silencio absoluto: el animal había dejado de moverse. El único sonido que ambos escuchaban en ese momento eran los latidos de sus propios corazónes.
Sentado en el suelo, mirándolos con la cabeza lévemente inclinada hacia un lado mientras jadeaba con la lengua rosada colgando del otro, estaba el perro. Ella lo miró sin comprender, ya que los sonidos que había escuchado no se parecían en absoluto a los que el animal solía hacer. De hecho, casi no hacía ruidos, y rara vez ladraba. El perro siguió mirándolos hasta que se escuchó la voz de él: "¿qué pasó, qué estabas persiguiendo?". Inmediatamente el animal se incorporó y metió la cabeza debajo de la cama, olfateando, y rodeó la cama mientras seguía revisando minuciosamente por todos los costados.

El la miró en silencio, miró al perro, y en un solo movimiento apartó el mosquitero de un manotazo y saltó lo más lejos que pudo fuera de la habitación. Se alejó corriendo y regresó a los pocos segundos con una linterna encendida en una mano y una escoba en la otra. Llamó al perro a su lado y se agachó, alejado de la cama. Apuntó la linterna hacia el último punto en el que el animal se encontraba olfateando, blandiendo el palo de la escoba en la otra mano, como una espada. El perro se sentó a su lado, obediente. Su cola, usualmente enroscada como un tirabuzón de peluche blanco, estaba curiosamente gacha, como la de un lobo. Ella los miró, inmóvil, casi sin respirar. Después de un minuto de escrutinio, él se incorporó, perplejo, mirando al perro, y dijo: "no hay nada". El perro, que sentado era de la misma altura que la de su esposo agachado en el suelo, bajó las orejas, y sus patas traseras se escurrieron lentamente hacia atrás, como si se estuviera derritiendo, hasta que quedó acostado en una posición inusual, con las patas estiradas en forma de x. Sus ojos se tornaron vidriosos, suspiró y apoyó la cabeza cansadamente en el suelo. De prontó, comenzó a temblar violentamente y un chorrito de saliva de desprendió de su lengua, que ahora colgaba inerte y pálida. Ella se abalanzó sobre el animal, olvidándose del miedo, del sueño y de todo: "¿qué te pasa?" gimió, con voz quebrada. Él pasó por un lado y abrió la puerta del closet: en pocos segundos estaba completamente vestido y tenía las llaves del carro en las manos. "Vamos", dijo. "¿A donde?". "Al veterinario". Ella soltó al perro, que había dejado de temblar, pero seguía inerte, y corrió a buscar su cartera. Agarró un suéter grande que estaba en una silla a un lado y se lo puso: "Vamos". En ese momento el perro comenzó a moverse. Lentamente, se fue incorporando. Primero acurrucó las patas traseras a su posición regular, recogidas debajo del cuerpo. Con una mirada desolada, levantó las orejas triangulares y se lamió la nariz. Ella se arrodilló frente al perro y le acarició suavemente la cabeza, con lágrimas en los ojos. "¿qué le pasa?". El perro gimió y miró de reojo hacia la cama. Ella lo siguió acariciando, y dijo "vamos a darle agua antes de salir". El perro se sentó tembloroso, sus blancas y gruesas patas resbalándose en la cerámica. Temblando ligeramente, comenzó a caminar, con el hocico empapado de sudor y saliva, alejándose de la cama, y se sentó en el marco de la puerta. Él se adelantó, buscó el plato de agua del perro, lo llenó con agua fresca, y regresó al cuarto. El animal, visiblemente descompuesto, se acercó al plato, lamió dos veces, y se acostó pesadamente en suelo a un lado del plato. Comenzó a respirar más pausadamente, ya no temblaba.
Salieron del cuarto y se sentaron en las sillas del comedor, viéndose las caras. Ella se agarraba los brazos, clavándose las uñas sin darse cuenta, y él se retorcía las manos. "No entiendo", dijo. Ella le preguntó: "¿Por qué le preguntaste qué había abajo? ¿qué viste?". El le contestó: "cuando me desperté, el perro estaba correteando algo afuera, supuse que era un ratón o algo así. Lo escuché ir y venir varias veces, y de pronto lo ví venir corriendo hacia la cama. Pensé que iba a saltar encima, pero me dió la impresión de que en el último instante cambió de dirección y se lanzó debajo de la cama. Comenzó a escarbar y a gruñir, como tratando de sacarlo. Pensé que había un ratón, o una culebra, pero no ví nada con la linterna". Ella lo miró inquieta: "¿Y si lo que estaba buscando, sigue dentro del cuarto? ¿Y si se montó en la cama, o se escondió en otra parte? Si es una culebra puede seguir ahí..." El miró en dirección a la puerta y se incorporó de un salto. Ella lo siguió, y cautelósamente comenzaron a mover o a golpear todos los posibles escondites. Finalmente desistieron: no había absolutamente nada fuera de lo normal. Incluso encontraron un calcetín que tenía tiempo desaparecido.
El perro continuaba acostado al lado del plato de agua. Ella dijo "¿A donde lo podemos llevar a las tres de la mañana? yo no conozco ningún doctor que atienda emergencias", y él le contestó "Habrá que dar vueltas hasta conseguir a alguien" mientras salía del cuarto. A los pocos momentos, regresó con la correa en la mano. El perro, a la vista de la correa, se puso de pié de un salto, y comenzó a menear la cola y a dar pequeños saltos de alegría, sin ninguna secuela aparente de los recientes sucesos.
"No entiendo", dijo ella. "Ahora sí que no entiendo nada". Estuvieron un rato observando al animal. Este se terminó de tomar el agua del plato, e hizo algunos trucos para convencerlos del paseo. Al cabo de un buen rato decidieron que no tenía sentido llevarlo a ningún lado a esa hora, siendo que el perro no mostraba ningún malestar; ni siquiera tenía la nariz caliente. De todas formas, el perro se negaba a salir de la habitación, ni siquiera para buscar algo de comida.

Revisaron una vez más el cuarto, y se volvieron a acostar en la cama. El perro se acostó a un lado, como solía hacer en las noches frías, con la cabeza levantada y las orejas apuntadas hacia la puerta, en estado de alerta.
"Mañana lo llevamos a un veterinario", dijo él, y apagó la luz.

Una hora después, ella seguía despierta y asustada. Escuchaba ruidos extraños, chasquidos y rasguños de todo tipo, provenientes de distintos puntos de la casa. Seguía pensando en los sucedido, analizando todas las posibles respuestas, sin encontrar ninguna que le satisfaciera. Había brisa esa noche, y la escaza luz de la luna jugaba trucos con las sombras en la ventana. Escuchó un golpe seco en el techo, y algo rodó por las tejas hasta el jardín. El perro levantó la cabeza y gimió casi imperceptiblemente. Ella se incorporó sobre los codos y acercó su cuerpo al de su esposo, que dormía profundamente a su lado. El corazón le latía en los oídos nuevamente. "Qué noche tan larga", pensó. Escuchó antentamente: lo que había caído afuera pareció no moverse más. "Debe haber sido un mango", se dijo. Volvió a poner la cabeza en la almohada. Cuando ya comenzaba a adormilarse, surgió una idea en su mente, tan clara y fuerte que se sintió completamente lúcida.

Despertó a su esposo, temblando, sin poder evitar las lágrimas que bajaban silenciosas por sus mejillas. Él se incorporó en la cama, miró hacia afuera, y luego la miró a ella. "¿Qué pasó?", le dijo cansadamente. Ella le susurró, con terror en la voz: "¿Y si no estaba persiguiendo nada? ¿Y si estaba huyendo de algo? ¿Y si había algo afuera que lo asustó tanto que estaba tratando de protegerse?". Su esposo la miró con el ceño fruncido, y comenzó a decir, mirando hacia afuera del cuarto: "No te sigas preocupando, no fue nad...". Ella siguió la dirección de su mirada hacia afuera y sintió su corazón estallar en el pecho. Claramente, dos puntos rojos los miraban de vuelta.

lunes, 17 de marzo de 2008

Los cuatro ejes

¿A qué genio trasnochado se le ocurrió que Hilary Clinton era una buena alternativa para gobernar un país? ¿No podríamos seguir experimentando con gobiernitos minimalistas de bajo impacto como el de la Bachelet y la Kirchner? Yo no me quiero ni imaginar lo que va a pasar cuando la Clinton se percate de que Bachelet está más flaca que ella. O en lo que se le atraviese el francés con su modelito, (la igualada esa). Enfriamiento de las relaciones con Francia, renegociación del TLC con Chile. Y no le pienso contestar ni un correo a la perra esa.

Hace algún tiempo, mis amigos varones desarrollaron la siguiente tesis: las mujeres piensan y actúan principalmente por envidia. Hicieron la siguiente observación: los sabios publicistas, cuando le quieren vender algo a un hombre, le muestran una mujer bonita al lado de su producto, insinuándoles que si lo compran de alguna manera ella vendrá en el paquete. Por el otro lado, para venderle a una mujer, les muestran una mujer bonita usando el producto.

Después de argumentar y discutir esto por horas (yo antes era medio feminista), terminé dándoles la razón. Es cierto: en la mayoría de los casos, la envidia femenina es el incentivo más poderoso.

Los cuatro ejes de nuestro principal motivador son: el marido, la belleza, el peso corporal, y el dinero, aunque no necesariamente en ese orden. Yo particularmente soy de la opinión de que no hay mujer fea sino pobre, por ejemplo. Y normalmente, son las feas las que opinan que la belleza es superficial y que lo que importa es el interior.

Los parámetros relacionados con el éxito profesional y la realización personal suelen ser secundarios. Claro que siempre habrá una que atrofiando las estadísticas, se inquieta por un postgrado o por no haber leído algún libro, pero son casos muy puntuales. Si se cuenta con ellos, actúan como un plus, pero nada más. A ella la ascendieron, pero yo tengo marido. (O si no pregúntenle a Mimí, que tiene como 8 años hablando del tema).

Volviendo a nuestro grupo de control, la dinámica que surge espontáneamente como esporas en un pedazo de pizza olvidado debajo del asiento del carro, es siempre la misma. Las que no tienen marido envidian a las que lo tienen: la pregunta es ¿por qué ella sí y yo no, si es una perra?. Las que están casadas piensan para sus adentros: porque eres una perra. Las que tienen marido se lo restriegan a las que no, e intentan cruzarlas con cualquier soltero o divorciado peoresnada que se consigan malparado. Pero una cosa si es definitiva: la obtención de un marido, así sea un esperpentro, es una victoria per se para cualquier mujer.

Luego viene el conflicto de la belleza. Se puede dividir a la gente en muy fea, normal, y sobresalientemente bonita. Las realmente feas usualmente se dan por vencidas en su pubertad y se tornan personas simpáticas, cultas e inteligentes. Una que otra, careciendo totalmente de simpatía o inteligencia, puede seguir insistiendo por el lado de la apariencia, y con los avances quirúrgicos actuales, seguramente ya parece un ser de otro mundo. Literalmente. Las normales van para un lado y el otro, tienen días buenos, días de pelo rebelde, días hinchados, días lindos. Seguramente la mayoría de los días no se sienten muy conformes con el resultado. Las bonitas fluyen a través del mundo como condón lubricado, ya que por lo general consiguen todo lo que quieren con un aleteo de pestañas y un movimiento diagonal de hombros. También es cierto que las niñas bonitas no tienen la culpa de que la mayoría de los hombres sean idiotas.

En este campo, la guerra a muerte se encuentra en las filas del medio: las normales. Las feas y las bonitas lo serán siempre, tienen la guerra ganada o perdida, y no se molestan en entrar a competir. Mientras, las del medio se deshuesan unas a otras, tratando de correr hacia el lado de las bonitas, mientras son inmisericordemente empujadas hacia el de las feas por el resto. Nada como una mujer para hacer sentir fea a otra.

Luego viene el escabroso tema del peso. Las flacas, las gorditas, las realmente gordas. Las flacas son las esquinclas que no tienen ni 5% de grasa corporal encima, que comen como camionero norteamericano, y que siempre andan diciendo cosas como "ojalá yo pudiera engordar, es que soy demasiado flaquita, soy talla 2, y mira que como muchísimo..." mientras la gordita se come una lamentable lechuga con atún en agua sin aderezo. Hay algunas que se fueron a los extremos y decidieron que comer era más importante que cualquier otro tema, autodenominándose "gordas felices". Yo no me creo totalmente ese cuento, porque muchas veces he visto a una gorda feliz entrar furtiva a comprar pastillas azules y unirse a la lucha. Finalmente, en las filas del medio, quedan las que tienen que matarse a dieta y correr más que Forrest Gump para poder comerse un dulcito de la Mozart. Las que se meten todas las pepas y diuréticos que salen al mercado, se pinchan, se cortan, se fajan, se frotan, se echan cremas, ensalmos, se chupan, se cosen y se engrapan, con tal de verse más o menos bien, sin llegar nunca a estar conformes. Esas son las que se están midiendo constantemente entre ellas. "Aquella tiene una faja puesta, se hizo la lipo, viste? ". O "tú siempre estás a dieta" con un tonito como de lástima, ya que ella no hace dieta, pero se la pasa intoxicada de químicos y tiene dos liposucciones encima. Están las que se engañan con la talla "yo soy talla 2 pero uso 4 porque me gusta la ropa flojita" (y uno ve de reojo ese cierre cuyos ganchitos se agarran unos a otros precariamente, cual dique holandés). Las que subieron de talla pero se niegan a aceptarlo, y andan con su talla anterior, luciendo como un pollito saliendo de su huevo. Y las que empiezan a dar explicaciones precipitadas apenas perciben a otra que está a dieta, como si fuera un dedo gigante apuntándole sus imperfecciones: "yo estoy gordísima, tengo que hacer dieta, tengo como 2 kilitos de más" aunque todos saben que son muchos más.

Finalmente, el tema del dinero. La carterita Coach, el revestimiento de ositos Tous, las tetas nuevas, los zapatos de Nine West. El carro del año, las vacaciones más largas. Sugerir los sitios más caros para los almuerzos corporativos, pedir los platos más caros del menú, y luego repartir la cuenta en partes iguales, aunque unos comieron ensalada y otros, langostinos. Las que no tienen dinero sencillamente se salen de esta competencia afanadas por sobrevivir, comer y transportarse. Otras luchan con las apariencias: buscan ofertas, sugieren restaurantes más baratos pero "con un chef buenísimo que me recomendó Sumito", se enferman los días de cumpleaños de los compañeros para evitar la incomodidad de pedir que se divida la cuenta según el consumo de cada quien (por Dios, qué lambusia), se operan con el cirujano 2x1 de los encartes del domingo. El número de items de marca de moda desplegados simultáneamente es inversamente proporcional al tiempo que esa persona haya sido acaudalada.

En detrimento de nuestra calidad de vida, una buena parte de nuestro tiempo se consume dentro de estos paradigmas. En muchos casos, las mujeres recibimos mejores y más rápidas recompensas por el uso de los atributos físicos que por el de los intelectuales, reforzando aún más este comportamiento. Sin embargo, los paradigmas modernos están cambiando hacia otro tipo de mujer, más versátil, menos florero, más útil. Tenemos que ser profesionales, educadas, modernas, mamás, sanas, atléticas, bonitas, familiares, astutas, amas de casa. Tenemos hacer post-grado, tener hijos, comprar casas, en un tiempo predeterminado, sin descuidar a los papás, a los suegros, a los hijos, a los estudios, y a los amigos. Y sin descuidar nuestra apariencia, porque no solo hay que ser, también hay que parecer. Sin perder nuestra activa, dinámica y creativa vida sexual, porque el marido es lo más importante. Y obviamente, con atención especial a la salud, porque sin ella no somos nada.

Yo pienso que la vida suele ser dura y difícil, y a veces siento que las mujeres tenemos ciertas desventajas en el contexto actual, algunas de las cuales son físicas (I´m the mommy, y eso es intransferible), y otras son autoimpuestas. Por eso muchas veces no entiendo por qué no podemos simplemente dejar que esta se aparezca despelucada en la oficina sin soltar un comentario malicioso, que la otra se inyecte botox hasta en las orejas, o que la de más allá se haya engordado 5 kilos en sus vacaciones.

Un poquito de laissez-faire en nuestras relaciones con las otras féminas podría mejorar considerablemente nuestra calidad de vida.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Breves instantes de reivindicación

En los últimos tiempos, mi vida se ha reducido trágicamente a la logística que rodea la cola. El tiempo siempre ha sido mi gran enemigo: nunca me alcanza para las cosas que quiero hacer, y cuando estoy esperando algo, se estira insoportablemente.

Este año, mis energías han sido succionadas de manera inclemente por la culebra mecánica que recubre las calles de la ciudad. Todo el tiempo estoy repasando mentalmente mi itinerario del día, verificando que no se me olvide nada. Consolidando cargas: tengo que ir para Chacao, así que no puede ser un martes, y también debería comprar un regalo que tengo que dar en agosto en el Sambil, paso de una vez por Bello Campo y pago el seguro, aunque no se vence sino hasta dentro de dos meses pero así aprovecho el viaje... Y resulta que son las 5 de la tarde y todavía estoy en la cola y no he hecho ni la mitad de las cosas que planifiqué, viéndome forzada a reevaluar la estrategia, volver a incluir los ToDo en la lista, y volver a consolidar.

Evitando la agresividad de la autopista, la incertidumbre del Cafetal, y la locura de Las Mercedes, he buscado rutas alternativas que ni sabía que existían. Y esto no puede ser más cierto: estuve unas 3 horas sentada con Google Earth, Google Maps y un mapa actualizado de Caracas, trazando rutas y leyendo nombres de calles, hasta lograr una ruta medianamente satisfactoria. Los primero días tuve que andar con un papelito con las direcciones anotadas: "en la calle X a la izquierda, luego en el semáforo a la derecha...." y con todo y eso me tuve que devolver un par de veces. No voy a revelar mi nueva ruta ni muerta. Y si el individuo del helicóptero sigue recomendando los caminos verdes, lo voy a tumbar de una buena pedrada. O lo voy a atormentar en Facebook mándandole miles de gadgets hasta que desista. Terrorismo electrónico del más ultramoderno.

¿Quien no se ha visto sumido en la desesperación de una mala elección de ruta, y quedado atrapado por horas en una cola? Para mí, eso es la definición del infierno. Cada minuto una autorecriminación: "para qué te pones a inventar", "si hubieras cruzado a la derecha", "pero si te dijeron que estaba trancado para qué insistes". ¿Nunca ha llorado en una cola? A lo mejor suena un poco trágico, pero me ha pasado unas tres veces. Vengo relajada, sintiendo la brisa suave en mi cara, pensando en todo lo que voy a hacer a continuación: "llego, recojo la ropa, luego cocino algo para mañana, trabajo un rato en la tesis, escribo en mi blog y me acuesto". Y de pronto el frenazo, luces en la cara, un par de insultos: cola cerrada, atrapada en el medio de la nada y sin ningún desvío a la vista, 5 kmh a 15 kilómetros de mi casa. Y en subida, para más vainas. Ya cuando llego, es a dormir. Luego de una buena taza de té de lechuga y 25 gotitas de valeriana, si es que se me agotó el Nervo-calm.

Me ha pasado que cuando llego al origen de la cola, al punto cero, al suceso impactante que está bloqueando la vía, ya estoy clamando sangre, como un dios primitivo: quiero víctimas, quiero sangre y tripas en la calle, quiero miles de ambulancias y un carro en llamas, quiero las torres del silencio con un avión clavado en el medio, cualquier suceso horripilante que justifique las horas que perdí leyendo una y otra vez la placa del carro de adelante. Y siempre me pasa que es un suceso tan irrelevante que no merece la pena ni una mención a los compañeros de la oficina al día siguiente: dos doñitas que chocaron por no darse paso, un amargado en una camioneta que destrozó el parachoques de alguna ama de casa histérica, una pickup accidentada que rueda desde el 74 sin siquiera un cambio de aceite. A veces he pensado que yo podría ser la que les saque sangre, por irresponsables, por hacernos pasar a todos los demás semejante tortura, así por lo menos los que vienen atrás tendrían algo que contar.

Valdría la pena una cola así tal vez por presenciar una anécdota como la que narraron el otro día en la oficina. Llega tarde uno de los muchachos y cuenta que había una cola tremenda, y que de pronto aparece un tipo en una camioneta que se come el hombrillo y le tira el carro a una mujer. Ella no le quiso dar paso, y el hombre fue acercándose con violencia hasta rozar su carro. La mujer comenzó a gritarle que era un abusador, que hiciera su cola, y de pronto, el hombre le tiró el carro, le chocó levemente la trompa, pasó por encima del brocal que dividía la calle, y se fue en sentido contrario. Antes de arrancar le gritó: "puta!" y soltó una carcajada. Mi amigo cuenta que la mujer se bajó del carro con la cara roja y casi llorando, corrió a ver el golpe, se volvió a montar, y sin hacer caso del tamaño de su vehículo, pasó también por encima del brocal y se fue en el mismo sentido de la camioneta. Nos dijo que lo que le impactó fue que era una mujer muy alta y de buen cuerpo, pero no flaquita, vestida con un taller gris de chaqueta y falda corta de lo más elegante, con el pelo castaño y largo, muy bonita, y se preguntó si lo habría alcanzado.

Unos diez minutos después llegó otro compañero muy feliz, contando que venía de otra cola, (en otro punto de la ciudad, como a unos 15 minutos del inicial), y que venía un tipo en una camioneta que se incorporó un poco bruscamente de la salida de la autopista. Unos segundos después apareció una mujer en un carrito pequeño, atravesó su carro trancando el tráfico sin importarle nada ni nadie, se acercó a la camioneta corriendo en unos tacones enormes y una faldita gris que le quedaba muy bien, y sacó al individuo de la camioneta por los pelos. Por supuesto que nadie intervino, más bien todo el mundo frenó y sacó sus cotufas. Cuenta mi amigo que eventualmente se vió obligado a avanzar, pero que lo último que pudo ver por el retrovisor fue a la mujer sentada a horcajadas sobre el individuo cayéndole a golpes y gritándole "así pegan las putas, desgraciado!".

Moraleja: la ciudad en la que vivimos no es la misma que antes. Respete a su vecino, respete a la persona en el carro de al lado, respete a su compañero de trabajo. Mire que ya no se sabe quien lleva 3 horas metido en una cola y quien no. Y tampoco sabe quien se va a alegrar cuando lo estén medio matando en el medio de la calle.

domingo, 9 de marzo de 2008

Nuestro pan de cada día

Entonces Jesús habló tanto para el pueblo como para sus discípulos:
«Los maestros de la Ley y los fariseos han ocupado el puesto que dejó Moisés. Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen, pero no los imiten, porque ellos enseñan y no practican."
San Mateo, 23-1
La casa en la que vivo está ubicada en la parte más alta de una colina. En el centro del valle y en todo el frente de mi sala se encuentra una iglesia grande y moderna, muy bonita, construída con ladrillos de terracota. Tiene hasta un campanario y su imprescindible reloj gótico. De noche la iluminación le da un tono rojizo y ligeramente espectral, tanto que mi esposo siempre dice que puede ver perfectamente la silueta del vampiro agazapado en uno de los brazos de la cruz que remata el techo.

Esta iglesia, como es natural, presta varios tipos de servicios a sus fervientes feligreses. Uno de los más populares son los matrimonios de los viernes y los sábados en la noche. Es imposible no enterarnos, ya que la idiosincracia moderna de nuestros representantes capitalinos billetudos ha erradicado la discreción, y aparentemente no existe boda exitosa sin el rimbombante show de luces que lo manifieste. Antes era el vestido perfecto el augurio de una larga vida en pareja. Ahora es la iluminación celestial.
Aún no han dicho los novios "Si, lo tomo" cuando ya salieron corriendo todos los invitados para estar en primera fila en el espectáculo que inaugura la rumba. Arrancan los cohetones y pronto todo el cielo está lleno de luces espectaculares que por cuatro o cinco minutos, hacen que todos los bebés y ancianos de la zona se aterroricen, que los perros ladren inquietos, que suenen todas las alarmas de los carros, y que los vecinos maldigan en voz alta. Cinco minutos después se detienen las preciosas luces que reflejan el brillo en los ojos de la novia, y se acaba la contaminación auditiva, dejando solo un reguero de cartón y cenizas que lentamente se depositan en los jardines de los vecinos, y dejan un olor a billetes quemados en el aire.

El otro servicio, que es mi favorito personal, son las misas de rigor. En los días de fiesta, como el mágico Miércoles de Ceniza, y en los días de descanso, como los domingos, los inocentes que lamentablemente nos encontramos en las inmediaciones de la zona nos volvemos las víctimas incautas de la devota masa de católicos que frecuentan estos eventos.

Los asistentes llegan todos emperifollados, perfumados, y vistiendo sus mejores galas, con sus celulares a todo volumen, llenitos de pecados para vaciarlos en la cuenca insaciable del cristianismo. Entre una mejilla y otra van llegando en sus carrazos, que dejan atravesados en cualquier parte con tal de no hacer la cola del estacionamiento de la iglesia. Las señoras mayores en particular son dignas de hacer mención: son capaces de detener hasta el tráfico aéreo mientras se deciden entre un puesto y otro. Mientras tanto, los que no estamos relacionados con el evento en cuestión ponemos el freno de mano y sacamos un libro. Afortunadamente, las llegadas son espaciadas, ya que la concurrencia requiere de cierto tiempo para observar con detenimiento la vestimenta de sus amigos, enemigos y rivales, para criticar ciertos looks, pedir el teléfono de tal o cual cirujano, blandir las llaves de la nueva y enorme camioneta como el bastión familiar, y para sentirse bien consigo mismos porque efectivamente, tienen una familia más próspera y atractiva que los fulanos nuevos ricos esos de más allaíta.

El transcurso de la misa marca unos minutos de paz y maravilloso silencio. Sin embargo, las palabras "Podeis-ir-en-paz-demos-gracias-a-Dios", marcan el comienzo de un impresionante concierto de corneteos e insultos que a veces duran tanto como la misma ceremonia. Unos cinco minutos antes de que el padre despache a los feligreses, y usualmente aprovechando la confesión de los abrazos fraternales de la-paz-esté-con-vosotros-y-con-tu-espíritu, los más experimentados aprovechan para escurrirse sigilosamente y salir de primeritos. El resto comienza a salir desordenadamente, y para los espectadores en primera fila que nos encontramos en las casas cercanas, es como si las puertas de la iglesia vomitaran descontroladamente una enorme cantidad de gente, en enormes y coloridas arqueadas, hasta quedar totalmente exhausta, tosiendo pequeños grupitos rezagados al final.

Todos estos devotos asistentes recibieron la misma dosis de cloro para el alma y están limpiecitos de pecado, así que no dudan en comenzar a acumular confesiones para el próximo domingo. Prestos a olvidar todo lo que escucharon, y habiendo ya digerido el sagrado cuerpo de Cristo, comienzan a dar vueltas en U en sitios impensables, a atravesar sus vehículos en el canal contrario para saludar a sus conocidos, a quitarse el derecho de paso unos a otros, a comerse las luces de los semáforos, y a no respetar las reglas mínimas de orden y convivencia, conjugando una cacofonía impresionante que nos obliga a subir el volumen del televisor en nuestras casas, a tranquilizar a nuestras mascotas, y a darle palmaditas a los niños y ancianos para que no se angustien.

"No se preocupe abuelo, son los católicos que ya se lavaron la conciencia".