martes, 26 de febrero de 2008

Hades y Paretto





Varios políticos de diversas nacionalidades mueren en un accidente de tránsito saliendo de la cumbre de las Américas, y van al infierno. Descubren que el infierno está compuesto por una serie de cuartos, y que las personas se distribuían en los cuartos según la nacionalidad. Sin embargo, en todos los cuartos ocurría lo mismo: todos los días alguien venía y los bañaba con excremento con un balde.


Un tiempo después, uno de los políticos organiza un reencuentro, al cual llegan todos bañaditos en mierda con excepción del venezolano, que llega de lo más acicalado. Todos los demás se acercan a él y le preguntan entusiasmados: "oye, y como es que tú estás tan limpio?" Y el venezolano, con una sonrisa socarrona, contesta: "Es que en el infierno venezolano, o falta el balde, o falta la mierda. Y si están los dos, no hay quien la eche!".


¿Se siente identificado?

Yo, particularmente, cada día me siento más limpiecita.

El gobierno, por un lado, tiene a los empresarios venezolanos (o a la empresa privada, como ahora se le llama al archienemigo) contra la pared, con las manos amarradas en la espalda y los ojos vendados. Secuestrados por la guerrilla, como quien dice. Entre los controles de precio, el control de cambio, el control de las importaciones, las amenazas de expropiación, y las amenazas sindicales, todas las empresas, incluídas las del gobierno, están en una condición metaestable. Si yo fuera dueña de una empresa ya me hubiera convertido en inversión extranjera, pero para otro país. Así que no culpo a nadie cuando leo en las noticias que fulano mudó sus plantas a Colombia, o que sutano se instaló en República Dominicana, con todo y el lamentable desempleo y escasez que eso provoca. El gobierno hace todo lo que está en sus manos por eliminar los baldes y el excremento.

Nosotros, los ciudadanos de a pie, los que no somos políticos ni queremos serlo, que ponemos nuestro granito de arena con nuestro trabajo, no lo estamos haciendo mucho mejor. Nosotros no queremos mover los baldes.

Hace muchos años, existió un hombre muy sabio que inventó un principio que según los gerentes modernos y los profesores de post-grado, se puede aplicar para absolutamente todo, y que evidentemente, también aplica para nuestros valores patrios. Este hombre se llamaba Paretto.

Principio de Paretto (según Wiki, y según Paretto):Para la mayoría de los eventos, el 80% de los efectos proviene del 20% de las causas.

Traducción: 20% de los trabajadores de una empresa hacen 80% del trabajo.

Traducción corporativa: la mayor parte del departamento está conversando en los pasillos, haciendo diligencias personales con muchísima calma, peleando con el marido o con la mamá por teléfono, viendo pornografía y chistes, chateando o chismeando en Facebook, mientras que hay dos o tres que están constantemente angustiados, con 15 pantallas diferentes abiertas en sus computadores, con el celular reventándose, y contestando una llamada al mismo tiempo que un correo.

Está claro que hasta el más entregado habla con su mamá en algún momento, se toma su cafecito, y va al médico y todo. Pero digamos que eso representaría 20% de su tiempo, y no 80 como en el caso del vecino, que recoge sus macundales 30 minutos antes de la hora de salida, y pasa los últimos 20 con todos los programas de la computadora cerrados, las manos cruzadas, y viendo el reloj fíjamente.

Mi trabajo me hace tratar con personas de muchas nacionalidades, y esto me ha permitido observar que hay veces en las que tratar de explicarle a un extranjero como funciona una empresa venezolana es imposible. Sencillamente no se lo creen. Elaboran complicadas teorías de conspiración: "tiene que ser a propósito", dicen. "Debe ser que están elaborando un complot para amotinarse contra su jefe", elucubran. Yo siempre los escucho divertida y les digo que tal vez tienen razón, pero se perfectamente que no hay tal complot, que nadie conspira (excepto los sindicatos, claro, pero a esos ni los considero en el grupo de trabajadores), y que la mayoría de los errores son producto del desinterés y de la flojera. Los más católicos se vuelven místicos después de un tiempo, y empiezan a poner la otra mejilla: "hay que aprender a perdonar a la gente, errar es de humanos, todos nos equivocamos". Y yo les contesto que es verdad, que aquí somos humanísimos.

Se me complican las explicaciones cuando el error que se cometió inicialmente se corrige mal, agravando el problema. Y les juro por lo más sagrado: hasta una sexta corrección defectuosa he recibido. Traten de explicarle eso a un alemán.

Esto, en un país como el nuestro, es perfectamente factible y muy fácil de visualizar una vez que aceptamos nuestra evolución patriótica. Al analizar nuestra autodefinición hombrillística, se hace evidente que cuando la mayoría del personal de una empresa evita su trabajo como a la peste bubónica, o como Chávez a la prosperidad, y se ponen a buscar algún atajo creativo, se olvidan de como esto le afecta a sus compañeros, a su empresa y eventualmente a sí mismo. Cada uno de estos maravillosos representantes de la idiosincracia nacional actúa como un multiplicador de problemas. Creadores de embudos y accidentes, los empleados hombrilleros viven a costa de recostarse y encaramarse en los demás para llegar más rápido y sin mucho esfuerzo a la hora de salida.

Lamentablemente para nosotros, las empresas extranjeras con las que me ha tocado trabajar no son así. Digo lamentable por dos razones: 1. se me hace dificilísimo explicarles la larga sucesión de problemas que han surgido por "razones ajenas a nuestra voluntad", y 2. una vez más resaltamos en el exterior, y no precisamente por nuestras virtudes. La raza alegre maldita, como dijeron por ahí.

Finalmente, cabe agregar que todo infierno que se precie a sí mismo es regido por una entidad maligna y todopoderosa, que influencia y lidera a los herejes y a los infieles, y es llamado por una gran variedad de nombres: Satanás, Belcebú, Mephistopheles, Lucifer, Hugo, Baphomet, Belial, entre otros...

domingo, 24 de febrero de 2008

La gota

Hace calor y no hay suficiente ventilación en el área en la que me encuentro. Sentada diagonalmente a mí hay una mujer gorda, que se quitó los zapatos y puso unos pies amarillentos, regordetes y ligeramente sucios sobre el asiento del frente. Se toca la frente grasienta y se seca una gota de sudor que rueda lentísimo. Veo la hora: aún falta una hora y media para llegar.

Me pregunto si aguantaré, si no colapsaré antes de que el barco atraque en el puerto, si no armaré otra de las mías, de las que me caracterizan y en las que nadie me acompaña nunca.
No tengo papel, así que escribo en el reverso de una factura que previamente usaba como marcalibros. Las luces están apagadas en un intento futil de reducir el calor, así que no veo muy bien lo que escribo, pero no me importa. Francamente, ya nada me importa mucho.
Miro a mi alrededor: veo los rostros impávidos y brillanes, las personas se revuelven con brusquedad en sus asientos, incómodas, calientes, mirando al vacío con expresión vacuna. Ninguno se queja.

Varios bebés lloran a mi alrededor, sofocados. Ellos todavía conservan la voluntad de protestar, el sistema no ha tenido tiempo de arrancárselas. Se acaban las pilas de mi reproductor de música, y con eso, pierdo el último recurso para evadir la realidad. La señora del asiento de atrás vuelve a estirarse con un movimiento exagerado de su mano derecha y me golpea nuevamente en la cabeza. Siento la sangre agolparse en mis sienes, siento la furia y la rebelión conjugándose en contra de este abuso terrible, y me veo a mi misma desde afuera, en cámara lenta, alejándome poco a poco de la persona decente que me enseñaron a ser, como un espectador en una extraña película. Me llevo las manos a los ojos y respiro profundamente, una, dos, tres veces.

Me pongo de pie y doy una vuelta, pero el panorama es el mismo en todo el barco. Una mujer camina descalza por el pasillo, con el rostro sombrío y amenazador, en unos pantalones negros cortos, una camisa atigrada, y una ridícula boina de lentejuelas que se aferra precariamente a su pelo grasoso. Me mira con odio cuando paso a su lado. Una señora mayor me mira asustada y se aferra a su cartera.

Vuelvo a mi puesto y me vuelvo a sentar. Otra gota se desprende de la frente de la señora gorda de los pies sucios, y baja lentamente hasta su cuello, donde se pierde en una enorme mancha de salsa de tomate en el hombro de su camisa.

Me siento nuevamente y una lágrima puja por salir, pero le niego el derecho. Quiero gritar, quiero escaparme quiero insultar a alguien, quiero encontrar al culpable, quiero indemnización, quiero que al menos alguien se acerque y me de una explicación, que me pidan perdón. Pero pasan los minutos, arrastrándose lentamente, y nadie viene.

martes, 19 de febrero de 2008

El Teniente Coronel en su Laberinto


When I set out to lead humanity along my Golden Path I promised a lesson their bones would remember. I know a profound pattern humans deny with words even while they actions affirm it. They say they seek security and quiet, conditions they call peace. Even as they speak, they create seeds of turmoil and violence. - Leto II, the God Emperor

Hay días como hoy, en el que la ineptitud generalizada de mis conciudadanos, (lo que yo llamo la idiotez institucionalizada), sumada con la heroica imbecilidad de mis gobernantes, me hacen pensar que vivo en una historia inventada por alguien.

Después de ver el video donde el gobierno nos amenaza con la última arma letal de la CIA, Facebook (agradecimientos a mi amigo Daniel por su nota: http://panfletonegro.com/ae/archivo/437), llegué a la conclusión de que somos una especie de comedia amarga cruzada con un libro de ciencia ficción un poco descabellado, bañado por un torrente de realismo mágico negro. Nada de fantasía épica: nada de Tolkien ni de Salvatore. Aunque tal vez se podría pensar que los orcos fueron usados como base para ciertos personajes, además, el parecido entre Saruman y José Vicente es innegable. Claro, que hay algunos que alegan que el personaje original fue Palpatine. (Esto está en discusión.)

El autor definitivamente tiene influencia de Bradbury, ya que creó una realidad alternativa que es extraordinariamente parecida a la original, pero con ese toque bizarro en el cual las cosas que antes eran normales ahora están vetadas. También tiene la gracia apocalíptica de Golding en El Señor de las Moscas: la idea de lo que les sucedería a un grupo de mocosos malcriados fuera del más estricto control se ve claramente reflejada en las reuniones internas del PSUV.

No cabe duda de que el cinismo de Oscar Wilde está presente, aunque sin toda la clase y elegancia que lo caracteriza. Nadie como Wilde para demostrar lo que le sucede a los seres ordinarios cuando deciden ignorar las verdades más obvias, y para resaltar la importancia de llamarse Ernesto. Si no me cree, salga a buscar algún producto cuyo precio se encuentre controlado. Edgar Allan Poe también tiene su papel. Si no, ¿de donde sacarían las historias macabras que leemos todos los días en las últimas páginas del periódico? La señora desmembrada que apareció una húmeda mañana en varios pipotes de basura, los morochos asesinados al pie de la escalera del barrio, una semana después que su padre, su tío, sus primos, y su abuelo... El pobre sacerdote de la nunciatura apostólica, aterrorizado en una esquinita de su cuarto por las noches, mientras imagina cuervos motorizados volando por todas partes y escucha las granadas latiendo en su puerta...

Yo le agregaría un toque de Stephen King y su inevitable cementerio indio (vamos, saben que resuelve la mitad de sus libros con ese cuento), desenterrando huesitos del Libertador para ver si les hablan como antes les hablaba Fidel... Moviendo a la María Lionza para acá y para allá, con el séquito de santeros, estratégicamente convirtiendo a Caracas en su cementerio de mascotas personal, donde en cualquier momento te desentierran un detestable gato que sepultaste hace 15 años y te chupa la vida retroactivamente. Si no me entienden, pregúntenle a los que promovieron la apertura petrolera.

Hay que agregar también que el narrador de nuestra realidad también leyó bastante literatura latinoamericana. Yo siento en mis huesos el mismo desasosiego de la terrible época de Macondo en la que nadie podía dormir por el virus del insomnio que trajeron los gitanos. Y más aún, cada vez que veo la leche llegando a un supermercado, me recuerdo de Aureliano cuando fue con su padre a conocer por primera vez el hielo, y tuvo que hacer su colita para entrar a la carpa de los gitanos. Estoy segura de que también leyó muchísimo a Vallejo, porque el barranco por el que nos estamos lanzando, lleno de sangre y humo, solo lo pudo haber sacado de alguno de sus tristísimos libros. La inevitabilidad de la violencia en una sociedad que toma estos rumbos, también se siente. Vallejo dice que los pobres solo sirven para hacer más pobres.

A mi favorito, Bryce Echenique, no lo leyeron tanto, porque él principalmente habla de amores y desamores, pero a su hijito Julius si: nuestra burguesía decadente se dedica a meter su dedito en la cocacolita helada mientras el país se deshace, y dice, chupandose la puntita: "no vale, yo no creo".

De Cortázar sacaron lo enrevesado de la trama, y los conejitos que todos vomitamos cada vez que estamos pagando el mercado. De Borges, la tristeza de ser los únicos que sabemos qué es lo que está pasando, y aún así no poder ayudar al bendito minotauro. De Isaac Chocrón, la ironía de las aburridas vacas flacas.

Puedo también sentir un poco de The Catcher in the Rye en la actitud del presidente, en su inestabilidad emocional y en sus tendencias destructivas: él también fue un niño horroroso y desadaptado del que todos sus compañeritos se burlaban por la personalidad adicional que cargaba colgando de la frente, y que tenía que entromparse con los del barrio para defender a su hermanito medio bobo. Finalmente, puedo asumir, sin temor a equivocarme, que leyó decenas de veces El Perfume de Patrick Suskind. Quien haya leído ese libro tiene grabada en la memoria la escena final, cuando todos los pordioseros destrozan al protagonista ansiosos por poseerlo. Como a PDVSA. Como al país.

Y, si algún día alguien decide hacer una película con esta historia, seguramente será dirigida por una dupla Tarantino-Stone.

lunes, 18 de febrero de 2008

La fuga de manos, o el cerebro invisible del mercado

Me queda una sola pregunta que necesito responder antes de irme: si todos nos vamos del país, ¿quien queda para reconstruirlo?

Claro, es la pregunta que me han hecho todos los detractores de la emigración, y los que insinúan que aquellos que nos vamos es por cobardes y traidores, y no porque queremos una vida diferente.

Finalmente hoy, en medio de una cola, (donde usualmente encuentro mis respuestas), hallé la respuesta a esta pregunta, y resulta que es extraordinariamente sencilla. Es una cuestión de oferta y demanda. Cournot. Laissez-faire. La mano invisible. Smith, y sus amigos, Wesson y Ricardo. "¿Y qué es eso???" preguntarán horrorizados los venezolanos, que no han visto nada similar en sus vidas. Acostumbrados desde siempre al control de precios y de cambio, cuotas de importación, preferencias arancelarias, y proteccionismo a la industria nacional, hablar de libertad económica o social en Venezuela es como masticar detergente. No es de buen gusto. La gente ya se acostumbró a que alguien le diga qué hacer y como hacerlo. Insinuar que la población podría pensar por si misma parece una barbarie.

Sin embargo, quedamos algunas Clarisse McLellan's que insistimos en usar nuestras propias neuronas. Claro que hay muchísimos bomberos acechando nuestros libros, pero esa es otra historia.

De acuerdo a mi filosofía colística, el país sería el mercado. Las comodidades y alternativas que existen en ese país sería la oferta: seguridad personal y jurídica, oportunidades de trabajo, acceso a vivienda, movilidad social, acceso a bienes y servicios. La demanda es el número de habitantes del país, y los precios serían el deseo de la gente de habitarlo.

Entonces la cosa funciona más o menos así: mientras más comodidades y alternativas ofrezca un país, mayor será el deseo de la gente de ir a vivir allá. Es decir: aumentará la demanda y se reducirá la oferta, generando aumento en los precios. Y obviamente, también funciona a la inversa: un país que ofrece pocas oportunidades se vuelve menos atractivo para sus habitantes que uno que le ofrece alimentación, vivienda, trabajo y otras cosas por el estilo. Eventualmente, la oferta del país ya no alcanza para tanta gente (i.e. latinos en Miami) y la demanda baja (vamos, ¿quien se quiere mudar a Miami hoy en día?).

Así como no hay mercado perfecto (dicen que el mercado más perfecto que existe en la actualidad es el mercado de divisas, y ya ven), no hay país perfecto, así que al final el asunto se terminaría decidiendo por donde yo siempre comienzo: con la libre elección de los participantes. La oferta es amplia, y cada persona decidirá en donde compra, esto es, en donde vive. (cito a Bosco nuevamente).

Siguiendo esta línea de pensamiento, está claro que la selección de un mejor o peor país termina siendo un punto de vista personal, en el mejor de los casos. Habrá gente que piensa que Venezuela es el cielo porque la gente puede manejar bebida, y otros pensarán que Australia es fabuloso porque queda tan lejos que si se acaba el mundo ni se enteran. Otros dirán que Panamá es lo máximo porque es como una venezuelita ochentosa, mientras que otros delirarán por los museos de España y la amargura seca de sus habitantes.

En conclusión: unos se van, otros vienen, y otros por allí que no ven noticias, regresan, añorando un cafecito con leche.

jueves, 14 de febrero de 2008

La Anti-Dieta

Desde que estoy chiquita, he estado luchando contra los kilos de más. Siempre he tenido sobrepeso: a veces más, a veces menos. Como la mayoría de las mujeres, pero mucho más, estoy siempre a dieta. "Eso no porque engorda". "Aquello tampoco porque engorda". Mi mamá opina que hasta el agua engorda. Y como dicen por ahí: el que engorda es uno.

La detestable Scardale, por allá en los ochentas, me hizo odiar los jueves:
desayuno: café negro con edulcorante y media toronja
almuerzo: 2 huevos, queso ricotta, 1/4 de calabacín, 1 tostada, café
cena: media pechuga de pollo, lechuga sin aderezo, café

También me hizo odiar la toronja, el queso ricotta y hasta el café.

Con Herbalife perdí miles de kilos, en unos almuerzos maratónicos donde cada una sacaba un pastillero con 12 pastillitas (no olvidar el guaraná, las Thermojethics que olían a demonios y la enorme pastilla para ir al baño que sabía a grama). Exhaustas y con la barriga llena de agua y de pepas, ya nadie quedaba con ánimos de comer: lo que provocaba era llorar un poquito. Recuerdo que una vez almorcé con una amiga y un amigo recién llegado de México, y ambas sacamos nuestro pastillero y metódicamente comenzamos a tragar pepas y más pepas. El pobre chico quedó absolutamente aterrorizado y no nos volvió a invitar. Esos kilos los recuperé con un bonito adicional apenas me harté de cargar el pastillerito.

Luego vino el incomparable Slim-Fast. Las merengadas que sustituían la comida. Lo mismo que Herbalife pero sin el pepero. ¡Eso es!, me dije. La primera merengada de chocolate, qué delicia! Sabía a gloria, ¡Voy a adelgazar tomando rica merengada!. A los pocos días cambié a vainilla porque arqueaba cuando olía el pote. Poco tiempo después estaba regalando el de vainilla y conseguí otro de frutas, que duró un par de horas, y eso fue todo.

Decidí que no más merengadas y pastillas: tenía que ser the real thing. ¡El gimnasio!
Pagué la inscripción, como todo buen cristiano, fui un mes, como todo buen cristiano, y eso fue todo para mí. Tres inscripciones después, y la misma cantidad de kilos de más, decidí que no más vacaciones para los dueños de los gimnasios.

Luego me fui por la vía fácil y cara: un nutricionista. Este doctor me recetó una dieta perfecta, infalible e imposible. Iba más o menos así:
Desayuno: 34 gramos de pan de centeno con ajonjolí ligeramente tostado en horno de leña, 12 gramos de jamón magro sin la conchita, 24 gramos de queso ricotta
Almuerzo: 125 gramos de pechuga de pollo, 35 gramos de pata de pollo, 8 gramos de lechuga con 1/4 de cucharada de vinagre y 3 pepitas de sal
Cena: lechuga

A menos que me hospitalizaran en una clínica para estrellas de Hollywood tipo Britney, no había forma de seguir semejante régimen y tener una vida. Con el Nazi de las Dietas duré poquísimo, y como siempre, recuperé más de lo que había perdido al dejarlo.

Luego vino Vanidades y su edición especial "Dietas para todos los días". La más memorable fue la dieta del huevo: toda la gente que conozco pronosticó mi muerte inminente. Sin embargo, me fue hasta bien, y aquí se las pongo para que no digan que soy egoísta:
Desayuno: huevos
Almuerzo: huevos
Cena: huevos
* Se puede agregar todo tipo de jamón y queso a las comidas, sal en bajas cantidades, y el huevo puede ser revuelto, duro, en omelette y crudo.

De más está decir que después de esa semana, pasó algún tiempo antes de que probara el huevo.

De ahí pasé a la dieta de los puntos. Es la más fácil y la más exitosa. Esa la hice como por dos años, hasta llegar un momento en el que veía la comida como Neo veía la matriz: una manzana 18 puntos una cebolla 11 puntos una barra de granola 8 puntos. Esa dieta tiene una ventaja: un vaso de vodka o una copa de vino tienen un punto, y en varias ocasiones me tocó tomar sopa después de una noche de 4 o 5 puntos de alcohol..

Sin embargo, todo llega a su final, y tuve que dejarla por haberme aburrido de tanta proteína y de tanta sumadera, y porque decidí que quiero comer diferente. Por lo tanto, voy a hacer la Anti-Dieta que propone el Gobierno: no como carne, ni pollo, ni huevos, ni leche, cereal, avena, toddy, ni nada que tenga azúcar, nada de harinas de trigo, cero aceite (solo oliva), ni ninguno de los derivados de estos alimentos.

Luego les cuento como me va.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Los pilares de la tierra

El sentido común, ya sabemos todos, es el menos común de los sentidos. (No confundir con el sexo sentido, ese es otro).
La experiencia solo se obtiene trabajando mucho y por mucho tiempo.
La formación, a través de la paciencia y la perseverancia.

Con tener dos de estas tres cualidades es más que suficiente para llevar una vida laboral próspera y fructífera.

Si se tiene sentido común y experiencia, no es preciso contar con un extenso currículum de títulos universitarios y cursos. Una persona con estas características ya tiene una formación empírica que lo ayudará en la mayoría de las situaciones, y cuando la experiencia le falle, el sentido común le dirá con bastante certeza qué hacer.

Si tiene sentido común y formación, no necesitará largos años de experiencia para manejarse en cualquier empresa: su educación le debería haber proporcionado las herramientas necesarias para enfrentar los problemas, y si esto falla, siempre le quedará el sentido común para sacarlo de aprietos. Sería la combinación más favorable, ya que eventualmente adquirirá experiencia.

Si tiene experiencia y formación, no necesitará demasiado sentido común para tomar sus decisiones: si la educación no le da una indicación directa de qué dirección tomar, lo hará la experiencia acumulada, y entre ambas dará la apariencia de tener dos dedos de frente.

Pareciera bastante simple. Sin embargo, la mayoría de mis jefes ha tenido uno solo de los tres (y todos han sufrido de una fuerte carencia en el área de sentido común), y en una ocasión, tuve un jefe que no tenía ninguno.

viernes, 8 de febrero de 2008

Y colorín colorado...

Desde que soy chiquita he escuchado a todos los que me rodean decir que Venezuela es un país muy rico. Incluso está escrito en los libros de texto de primaria: "Venezuela es un país rico en recursos naturales renovables y no-renovables". Somos ricos en Petróleo, tenemos oro, diamantes, hierro, hermosas costas, montañas con nieve, selva; en fin: un sinfin de hermosas cualidades para aprovechar.

Por otro lado, también escucho con muchísima frecuencia que los venezolanos somos unos tipos increíbles, amabilísimos, que le tendemos los brazos a todo el mundo. Y que no somos flojos: si no, miren la cantidad de gente que hay en la calle a las seis de la mañana. No hay comparación para el calor de los venezolanos en ninguna parte del mundo.

En conjunto, se supone que tenemos todo lo necesario para convertir nuestros recursos en ventajas competitivas, y que no hace falta cambiar nada.

Otra creencia general (de los que nos oponemos al gobierno) es que el caos en el que nos encontramos sumidos en este momento va a desaparecer como arte de magia en el momento que saquemos a Voldemort. Que los constantes cornetazos en las calles, los insultos de carro a carro, las trabas burocráticas, los ahora imprescindibles sobornos a los funcionarios, los problemas de corrupción gubernamental, y los hombrilleros en general, son producto de las decisiones del gobierno. Que los que cometen las infracciones y los que nos hacen la vida miserable, día tras día, van a evaporarse en el aire apenas anuncien nuevamente "la cual, azzeptó".

Si usted es uno de esos ilusos, y desea seguir siéndolo, lo invito a que deje la lectura hasta este punto ya que mi cuento de hadas llega hasta aquí, y así seguimos siendo amigos.

Si insiste, lo invito a que haga una reflexión, pero luego no se queje.

Usted realmente cree que todos los que se comen el hombrillo o los semáforos son oficialistas? Que la corrupción y la sinvergüenzura son monopolio del chavismo? Qué todos los que te insultan en la cola, te tiran el carro, se te colean en la farmacia y en el banco, y te maltratan, se van a ir junto con Chavez a vivir a Cuba? He escuchado y leído cientos de veces que los chavistas no son venezolanos, que el país lo perdimos a manos de esos... Ah pues, si no son venezolanos, entonces qué son? Orcos de Mordor?

Le tengo más noticias: si esta noche desaparecieran todos los oficialistas de este país, mañana igual le tirarán el carro, se le colearán en el banco, lo insultarán en alguna tienda y llegará amargado a su casa por culpa de la vieja abusadora que da la vuelta en U en donde no debe. Esa actitud, esa falta de inclinación por las reglas y por el respeto al prójimo, son precisamente los que nos han llevado al punto en el que estamos. La flojera mental, el hombrillismo, el desorden y el atropello, se han convertido en las características principales del venezolano. Tanto es así, que estamos estigmatizados en los países que frecuentamos. Llegamos con una marca en la frente, con la cruz de ceniza de los Aurelianos, y al igual que ellos, ya no importa qué hagamos, no nos la podemos borrar. Dicen: "llegaron los venezolanos a llevarse los dólares y la leche". (Supongo que ahora estarán diciendo la leche, la carne, el pollo, los huevos, el papel higiénico...) No nos quieren dar habitaciones porque las destrozamos y las dejamos inmundas. No nos quieren abrir cuentas bancarias porque la procedencia del dinero es dudosa. No nos aceptan en los casinos, y las aduanas cada vez son más duras con nosotros. Nos consideran unos nuevos ricos balurdos, y no nos quieren. Y personalmente, no los puedo culpar.

En los ochenta, la llegada de los venezolanos se asociaba con el derroche y la extravagancia. Eramos unos seres bonachones, ligeramente ingenuos, y usualmente nuevos ricos, que llegábamos rebosantes de ropa de marca nuevecita a gastar como desaforados en cualquier destino. No es la percepción más ideal como sociedad, pero al menos éramos bienvenidos.

¿También me va a decir que los únicos que viajan al exterior son los oficialistas?

Estamos claros que las distorsiones que se presentan en la actualidad producen muchos de estos efectos, sin embargo el comportamiento abusivo e irrespetuoso de las normas es consecuencia de nuestra falta de capacidad para convivir en sociedad. La gente abusa por costumbre, y la única norma en la que creen es en atropellar al prójimo. El maltrato del vecino como medio de supervivencia. Al que no me crea, que agarre la autopista a las 6 de la tarde en cualquier dirección que quiera, que se monte en el metro (estación Plaza Venezuela, a las mismas 6 de la tarde), o que haga la cola para almorzar en cualquier sucucho del CCCT. Como verá, no se tiene que ir muy lejos, eso si: no me responsabilizo por daños y perjuicios.

Por todo lo antes expuesto, no entiendo cuando la gente me habla de lo maravilloso que es el venezolano, y de como esta calidez no la voy a encontrar en ningún otro país. A menos que se refieran a la calidez que me da en el rostro cada vez que agarro una arrechera porque alguien se me coleó (solo el día de hoy sentí tres veces esa calidez), o a la calidez de una úlcera vibrando porque me quitaron el puesto que esperaba para estacionarme, la verdad, es que yo no recuerdo que el venezolano haya sido así alguna vez.

Los niños creen en cuentos de hadas. Y aparentemente, los venezolanos también.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Quien se ha llevado mi vaca

Esto que les voy a contar a continuación sucedió de verdad. Es posible que nadie me crea, excepto algunos involucrados directamente en el asunto, y alguno que otro que lo haya vivido en carne propia. Estoy segura de que mi familia y amigos no me creen del todo y piensan que exagero para darle un toque tragicómico a mi vida.

Lo cierto es que hace algún tiempo, y al mejor estilo Dilbert, yo tuve un jefe estrambótico y altamente ignorante que creía fielmente en los libros de autoayuda. Con el terrible inconveniente de que los tomaba de una forma absolutamente literal.

El hombre en cuestión era una amenaza corporativa: en cuestión de meses devastó las ganancias de la empresa y logró que todos los empleados lo odiaran; aún más, logró que su equipo, que por lo general no llegaba a un acuerdo ni para un aumento de sueldo, juntaran las cabezas para formar un plan maquiavélico en su contra. Pero esa es otra historia.

En general, no había libro de mejoramiento personal que estuviera a salvo: desde Og Mandino para acá, sin dejar de lado a Paulo Cohelo y a Deepak, pasó por todo. Y nos arrastró a nosotros en ese torbellino de utopías experimentales, incluyendo en una ocasión dinosaurios de plástico y globos de colores atados a las computadoras. Los siete hábitos eran como un himno, aunque creo que no se leyó el libro y se conformó con un resumen de internet. La quinta disciplina era mencionada con frecuencia, aunque solo el título ya que el tema se le hacía complicadísimo.

Temblábamos cuando veíamos un librito nuevo en sus manitas: eso vaticinaba extrañas ideas que indefectiblemente terminarían con el despido de alguien que "se resistía al cambio". Una vez compró 15 libritos de esos del queso y nos los colocó sobre los escritorios, con órdenes estrictas de leerlos y resumirlos para una "discusión grupal" a realizarse una semana después. De más está decir que nadie se leyó nada, y que hubo que postponer la discusión dos veces, hasta que tres del grupo decidimos acabar con la miseria del resto y, sospechando que el libro hablaba de la resistencia al cambio (lo decía en la parte de atrás), empezamos a argumentar con una serie de clichés a favor del cambio durante 10 minutos hasta que el amigo en cuestión se aburrió y se fue con una sonrisa satisfecha.

En otra ocasión se apareció con una idea fabulosa que había tomado de un librito barato de casos empresariales. Expuso su idea a sus fans indiscutibles, esos que no le dicen que no a nada (todo jefe por más malo que sea cuenta con al menos dos), y luego, envalentonado por la maravillosa recepción, salió feliz a comunicarlo al resto del departamento. La idea, y tomen nota gerentes del mundo, consistía en ofrecer una serie de recompensas económicas para incentivar el cuidado personal, específicamente, el peso. La empresa nos financiaría la inscripción a un gimnasio (seleccionado por él, y el mismo para todo el mundo) y al final del semestre nuestras comisiones se verían afectadas por la cantidad de kilos que rebajáramos. En un departamento donde 80% del personal es femenino, (lo que equivale a decir que es exageradamente competitivo y delicado con el tema), y el 20% masculino contaba con considerable sobrepeso, podríamos decir que la idea no tuvo la recepción que él esperaba. Las chicas flacas se quejaron: a lo sumo podrían rebajar 2 o 3 kilos, mientras que las gordas se ofendieron: acaso les estaba insinuando que para trabajar ahí había que estar delgadas? Las personas más mayores se molestaron, y en general todos estaban de acuerdo que el acuerdo era desequilibrado y ofrecía mayores beneficios a los obesos. En pocos minutos todo el departamento estaba gritando y pasaron varias horas antes de que se calmaran.

Por esos mismos días, y en vista de que ninguna de sus ideas era bien recibida, o mejor dicho, recibida de ninguna manera, decidió hacer una de esas terribles excursiones corporativas, también llamadas extra-muros, o preludio de una botazón. Esas salidas donde todos salen con cara de sueño en un autobus tempranero a algún lugar de tranquilidad espiritual, y regresan de una de dos formas: henchidos de amor por sus compañeros de trabajo, burbuja que se explota apenas pasan por la puerta de la oficina al día siguiente, o detestándolos más que nunca. Organizadas siempre por pseudo-psicólogos (suelen ser tan malos que terminaron haciendo eso), son empleadas por las empresas para detectar a las manzanitas podridas y sacarlas del montón limpiamente antes de que produzcan más daño. En nuestro caso, las salidas tuvieron nombre, (fueron tres), y era "todos amemos al jefe". Yo las odiaba.

En una de las excursiones, la más memorable, los maravillosos psicólogos hicieron un ejercicio que casi nos cuesta el puesto a todos. La idea era poner una mano sobre la persona que más identificábamos con la cualidad que ellos recitaban. Las cualidades las decían rápido, para que no tuvieramos tiempo de pensar. Comenzaron con cosas superficiales como "a quien llamarías para hacer una fiesta", "a quien llamarías para que cocine", y de pronto soltaron la bomba: "a quien llamarías para que sea tu jefe", y soooosh. De pronto, sentí que mi cabeza se llenaba de sangre, y miré por el rabillo del ojo a mi alrededor. Las manos se ubicaban básicamente en mi mejor amiga y en mi, algunas otras en otras personas, y el jefe tenía sus manos en mi amiga, pero no tenía ninguna mano en él. Mi amiga y yo nos tocamos una a la otra, y cuando nos dimos cuenta de lo que había pasado, susurramos, casi al mismo tiempo: tú crees que sea muy tarde para cambiar? De más está decir que la cara del hombre superaba a la de la pobre vaca cuando todo el mundo le echó la culpa de que no hubiera leche. De esa gracia salieron dos botados, porque se resistieron al cambio.

Tuve que pasar por dos infiernos similares antes de que la guillotina corporativa cayera inexorablemente sobre la cabeza del individuo. Todas con los mismos psicólogos cursis que insistían en hacernos llorar con musiquita de Enya y evocando nuestros más tristes recuerdos. Nada como una buena llorada para compenetrar a un equipo.